La derrota fue implacable, amanecía ese 3 de junio y los editoriales de los periódicos anunciaban que Claudia Sheinbaum era la primera mujer en encumbrarse como presidenta de México. En Hidalgo, las oficinas del PRI parecían un cementerio, se había decretado la derrota y las culpas se repartían sin cesar.
La tarde anterior, Carolina Viggiano y Marco Mendoza ya tenían noticias de la derrota. Los conteos rápidos habían llegado de manera intermitente, pero en cada momento, los fantasmas miraban hacia la continuidad de Morena en el poder; la derrota era inevitable.
Desde la tranquilidad de su hogar, el gobernador Julio Menchaca y su esposa Edda Vite se habían trasladado a votar, los medios hicieron gala de las fotografías que corrían por las redes sociales. Era un domingo espectacular en Hidalgo, que le había aportado un millón de votos al ascenso de Claudia Sheinbaum y se aprestaba a reforzar la transición del gobierno itinerante al recobro de las Rutas de la Transformación, sólo que esta vez, con todo el poder para edificar el bastión guinda que, con la mayoría en Congreso local y 54 alcaldías en el bolsillo, marcaba la jugada maestra del ajedrez político del gobierno de alternancia.
El ascenso de Morena se había construido en Hidalgo con el capital político de AMLO y con la operación política de Julio Menchaca. Fue, sin duda, una operación política quirúrgica, pero no exenta de escollos en el camino que, desde las arenas políticas que enfrentó Marco Rico en las pugnas intestinas del partido guinda por los escaños habían dejado sinsabores en la nominación de Cuauhtémoc Ochoa y hasta el alivio social del ascenso de Jorge Reyes a la presencia municipal de Pachuca, se presentaron sin cesar.
En este escenario, donde la marea guinda mareaba a la oposición del antiguo régimen, la jugada no terminaba en el PRI Hidalgo; nada estaba dicho para la cúpula y Marco Mendoza daba la cara clamando arengas de que se había producido una elección de Estado y que el fraude político había operado. Sin embargo, horas después Xóchitl Gálvez reconocía la derrota y daba al traste con las declaraciones del líder del tricolor hidalguense que tenía, nuevamente, que quedar escondido de los reflectores mientras esperaba indicaciones de Carolina Viggiano.
Días después, Carolina Viggiano y Marco Mendoza nuevamente en esas sesiones donde el análisis político pasaba a segundo plano, daban la cara a una prensa que profería críticas y cuestionamientos a la falta de autocrítica, pero la lideresa del PRI Nacional daba un golpe en la mesa y argumentaba: “fue una elección de Estado”.
La recomposición de fuerzas en los partidos del antiguo régimen no se hizo esperar frente a la extinción del registro del PRD. Jesús Zambrano quedaba en el olvido mientras que Alejandro Moreno y Marko Cortés se reunieron para trazar el escenario de su poder en conversaciones de cúpula. El PRI iría de cara al igual que el PAN a una asamblea nacional, en ambos casos, Alito Moreno y Marko Cortés justificarían la derrota a través de la tesis de “elección de Estado”, desplazando la culpa a la operación política de Morena desde Palacio Nacional.
Mientras tanto, en el PRI Hidalgo los pronunciamientos de traición y la migración de sus filas a Morena se convertían en la constante y se construía el control político a través del escenario venidero de la asamblea nacional del PRI.
Alejandro Moreno y Carolina Viggiano habían trazado meses antes de la elección del 2 de junio el “Pacto de Unidad”. Este fue el colofón al golpe de Estado que le habían propinado a la vieja guardia del PRI, que terminó con el exilio de Miguel Ángel Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu; mientras que Omar Fayad había puesto sus barbas a remojar abandonado al PRI que se hundía como el Titanic y viajaba a Noruega.
El impasse del control del partido era claro: la Asamblea Nacional del PRI.