Por: E. González K.
Desafortunadamente, el primer debate presidencial se convirtió en un evento de dimes y diretes orientados a desacreditar, exponer y señalar al de enfrente, es decir, nada nuevo en la cultura electoral de nuestro país, nada nuevo para los votantes de antaño. Caso contrario a los jóvenes votantes, quienes perciben a sus candidatos como personas ajenas a sus intereses, acomplejados ante las necesidades y demandas, pero principalmente como políticos acartonados, predecibles y antipáticos.
Vayamos al análisis del postdebate del postdebate:
Lo bueno:
Quedaron exhibidos los candidatos sin presencia política, sin discurso, sin propuestas. Margarita Zavala fue el claro ejemplo: no tuvo capacidad de respuesta, no tuvo incidencia; fue la gran ausente del debate posterior y a pesar de autoproclamarse ganadora, en las redes sociales se ha hablado poco de ella. No tuvo impacto ni antes ni durante ni después, el único que ha hecho eco de sus acciones ha sido el expresidente Felipe Calderón.
El debate también sirvió para que los cinco candidatos reafirmaran sus posturas y estrategias, lo cual es benéfico considerando que a la fecha no han tenido que modificar la ideología de campaña pensando a futuro. Vamos, Jaime es atrabancado y burdo, auténticamente Bronco; Meade representa con mucha autenticidad al partido más odiado; Anaya es un híbrido centro-derecha-izquierda capaz de atacar sin culpas, al mismo tiempo que su oratoria y dicción (además de su tierna cara) es perfecta; Margarita fue, auténticamente, un esbozo de candidata y López Obrador se mantuvo fiel a sus principios de no atacar, no proponer y no convencer.
Lo malo:
Se pueden encontrar más contenidos teóricos, ideológicos y propuestas en un debate de elecciones estudiantiles que en el debate para presidente de la República. El formato no ayuda, termina por desencadenar un foro para exhibir a los contrarios, para buscar aplausos, likes, renuncian al debate y se introducen en monólogos preparados.
Los votantes indecisos no modificaron su opinión a partir del debate, no trasciende más allá de la guerra sucia. La audiencia se enfoca en la persona, en el partido y no en el plan de trabajo; seguimos enamorándonos de la personalidad y no de la racionalidad. El debate es sólo un apéndice de la guerra en redes sociales, no hay evolución política.
Lo reprobable:
Propuestas sin sentido, ocurrencias escénicas, falta de planeación, de todo esto se inundó el debate presidencial. Candidatos sin conocimiento de leyes, reglas, tratados y acuerdos internacionales, mentiras y difamaciones. La novela llamada elección presidencial.
El dicho popular reza, para justificar la actualidad, que tenemos el gobierno que merecemos. ¿Realmente merecemos a estos candidatos?
La sorpresa:
Además de la sorpresiva respuesta del Bronco al cuestionamiento de la propuesta de mochar las manos a los ladrones, la periodista Azucena Uresti fungió como lo inesperado del debate, con preguntas incisivas, cuestionamientos claros y argumentos que evidenciaron la falta de preparación y formalidad de los candidatos.
También entran en esta categoría las herramientas audiovisuales que Anaya utilizó, y la promoción del número celular del Bronco.
Lo épico:
Fue la primera vez en mucho tiempo que algo además de las telenovelas y los partidos de futbol concentraron a las familias mexicanas frente a un televisor con fines informativos. Pan y circo al pueblo.
La esperanza:
El INE propone cambiar el formato del debate para la siguiente edición, esperanzados en que la intervención de 40 ciudadanos pueda también cambiar las intervenciones de los acartonados candidatos. ¡Queremos propuestas!, ¡queremos debate!
Columna invitada.