Todavía resuena el asesinato de César en el Senado con las heridas de las espadas que cercenaban no sólo su vida, sino la intención de grandeza desmedida del imperio romano y su evidente descomposición social.
Roma fue el arquetipo del poder político del imperio en la Antigüedad Clásica y sobre ella se tejieron las nuevas ideas de modernidad que trazaron el ascenso del fascismo, de regímenes autoritarios y de más de un delirio de grandeza en el resto del planeta, sin que se percibiera que la instauración de los imperios instaurara al imperio de la razón como estructura de poder, lo mismo en la Alemania nazi de Hitler que en la carnicería de la dictadura de Pinochet.
En este péndulo del imperialismo moderno que no puede ser entendido exclusivamente como una pretensión económica sobresale el uso de ideologías de la destrucción que basan su poder en la opresión bélica, como lo ha hecho Estados Unidos con su teoría de la “Ley del garrote”, es decir, palo al comunismo y a los estados rebeldes a su consideración.
Cuando Roma se corrompió lo hizo desde la cultura, pues no pudo contener los apetitos ciegos de los Césares; cuando en un Estado la cultura pasa a segundo plano, como sucede en nuestros días, la corrupción asciende de manera vertiginosa porque las condiciones superfluas se vuelven el modelo de vida de una sociedad, desterrando toda posibilidad para establecer valores sociales y una idea de porvenir en comunión.
La corrupción en Roma es hoy la imagen de sociedades que renuncian a la preservación de la dignidad humana y la truncan por redes sociales, donde no importa edificar un mundo de solidaridad sino de competencia y conquista, por lo que acceder al éxito no es un parámetro de la cultura sino de la posesión mercantil, lo que crea un utilitarismo brutal donde los nuevos héroes no pelean por la dignidad humana sino por el hedonismo económico como eje central del triunfo social.
Roma destiló cultura por sus caminos y su urbanismo que acompañaba la arquitectura monumental que se elevaba al cielo y a los dioses, lo que generó el torbellino de una civilización que miró desde la filosofía y la ciencia lo que Grecia tuvo que ceder por la bota del romano, pero sin el esplendor socrático que admitía la epistemología del sabio: “yo sólo sé que nada sé”. En nuestra sociedad, la epistemología del sabio se confunde con el: “yo sólo sé que no sé nada”.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.