Las heridas se suceden en una democracia que, desde hace décadas en la fundación del PRI en 1929, perdió el respeto de la clase política que desde las lógicas del antiguo régimen pretende burlar los principios de legitimidad y credibilidad social.
La eternización en el control del Partido Revolucionario Institucional, desde un autoritarismo de cúpula de una reelección con matiz de cesarismo político de Alejandro Moreno y Carolina Viggiano en su dirigencia, es un trazo de evidencia de las viejas prácticas políticas que no distinguen o avizoran ningún cambio en las lógicas de conducción para democratizar al PRI.
El cisma que ha dejado la reelección de Carolina Viggiano acelera el punto de quiebre en el PRI Hidalgo, que vive momentos aciagos, donde la desbandada es una respuesta a la enfermiza conducción del partido tricolor. En este plano en la reacción de la base militante existen dos conductas: en primer término, se encuentran los militantes que se adhieren a los principios de partido creyendo que pueden existir factores de cambio político y democratización verdadera y, en un segundo estadio, están los militantes de prebendas, aquellos que viven de las granjerías que les otorga el avasallamiento dentro de las lógicas del autoritarismo político.
La mascarada que se generó en la pasada Asamblea Nacional del PRI donde Alejandro Moreno y Carolina Viggiano han develado sin aspavientos el regresionismo político de jure y de facto que ha existido invariablemente en el partido tricolor, quebranta la autoridad moral y aparente “respeto a la democracia” que ha sido el estandarte del discurso demagógico que esta casta del antiguo régimen ha querido imponer para cubrir el autoritarismo de cúpula que prevalece en el partido.
Sin embargo, actores políticos como Manlio Fabio Beltrones, Dulce María Sauri o Miguel Osorio tampoco son la encarnación de una clase política que se haya distinguido como demócratas o, inclusive, como salvadores de la patria. Las estelas del control ciego y antidemocrático del poder los preceden y las imágenes de eventos funestos que acompasó el PRI, como el FOBAPROA en época de Ernesto Zedillo, no auguran credibilidad y legitimidad en su proceder en momentos que intentan impugnar desde el no a la reelección de Alejandro Moreno y Carolina Viggiano en la dirigencia del tricolor.
David no sabe dónde está Goliat. En el PRI se suceden las acusaciones de la cúpula dirigente y la vieja guardia sobre la traición. Carolina Viggiano acusa a expersoneros de peso político como Omar Fayad de traición velada, mientras lo mismo hace Francisco Labastida Ochoa con Alejandro Moreno; ejemplos de un extravío de conducción que no habla de los valores políticos fundados en la consecuencia del acto a las instituciones del país, sino de los pesares del poder se les ha ido de las manos.
La crónica de la traición en el PRI es en realidad la historia velada del control del otrora partido hegemónico que fue un instrumento de una clase política que jamás intentó dignificar al pueblo o democratizar a las estructuras de poder. Por ello, la reelección de Alejandro Moreno y Carolina Viggiano no puede causar asombro o extrañeza como signo inequívoco de antidemocracia; por lo que los aspavientos de los políticos en el exilio como Manlio Fabio Beltrones, Dulce María Sauri o Francisco Labastida, no sólo carecen de autoridad moral, sino que encubren una amnesia política sobre lo que ha sido la historia del PRI.
No existe la traición en el PRI como señalan Alejandro Moreno y Carolina Viggiano y, mucho menos, como lo indican los políticos en el exilio de la vieja guardia priista. En realidad, estamos en presencia de una conducta aceptada históricamente en el PRI a la que no se le puede denominar “traición”.
