He mencionado en alguna ocasión que Maquiavelo debe su genio a los griegos y a los romanos, y que la originalidad del filósofo italiano radica en la aglutinación y ordinación de ideas para un fin concreto.
Una lectura cuidadosa de la obra italiana lleva a la convicción de que el pensamiento de Nicolás Maquiavelo emana de Aristóteles, Platón, Ciserón y de otros clásicos, por supuesto; y sin menospreciar que sus aportes consisten en ideas originales, enriquecimiento del pensamiento clásico, y en el desarrollo de pensadores que le fueron contemporáneos (como Dante y Boccaccio), no podemos dejar de lado que el diplomático era un artesano de las letras destinadas a la administración del poder.
Lo anterior no implica que se niegue su genio, sino todo lo contrario. Soy el primero en admirar y aplaudir una obra dedicada al estudio y contemplación del poder.
Esto viene a colación porque esta semana he leído Tragedia y poder: Crónica de Edipo y me he quedado con una fabulosa sensación de satisfacción.
Editorial proceso publicó en 2017 la obra referida. El libro no tiene desperdicio. Merece ser leído por todos aquellos que tratan o que son parte de las administraciones públicas.
El libro cuenta, sin detalles, una historia sobre la naturaleza del poder, la cual se acompaña de perversiones que no les son ajenas a ninguna persona que haya escuchado una calumnia o (tal vez) una verdad en un pasillo de un gobierno, de un partido, de un sindicato e incluso de una iglesia; podría la persona que me lee haber vivido en carne propia una anécdota de similares condiciones.
Escrito en veinticuatro cantos, el texto traslada al lector a una Grecia arcaica no solo por su estilo de escritura, sino porque el autor tiene dominio de los usos y costumbres del país heleno; conocimiento de dichos, frases y expresiones utilizadas por sus antiguos pobladores; un conocimiento docto y empírico de la geografía; dominio absoluto de la Iliada y la Odisea de Homero, de los fragmentos de La Edipodia; de Los trabajos y los días de Hesíodo, y de datos de Heródoto, Esquilo, Sófocles, Eurípides, entre otros; además de que quien escribe es un erudito en la materia del poder.
Entre las bellezas que pude encontrar en la obra, están los razonamientos que conducen al redactor a obviar los motivos mitológicos, mágicos y religiosos como consecuencialistas; a razonar la contradicción de hechos; a detallar pormenorizadamente los vínculos afectivos y sexuales de sus personajes, sin caer en los excesos; a explicar en un intermedio el destino de la historia de todo gran hombre; a finar cada capítulo y cada verso con una intervención que expresa conocimiento.
Es Edipo, en esta obra, quien enseña a Panides los siguientes postulados:
- Anticiparse a los problemas
- Nunca perdonar las ofensas
- No prometer venganzas
- Aparentar ignorancia, buena fe y pobreza
- Desconfiar de quienes, por su dinero, influencia o inteligencia, destaquen en la ciudad.
- Informarse de todo
Sin embargo, a lo largo de la obra son Teseo, Creonte, Yocasta, Layo y Edipo quienes hablan desde una voz que conoce lo evidente y lo no evidente del ejercicio del poder; y son, además de los mencionados, personajes secundarios, como la familia de Edipo y sus confabuladores, los que hacen las veces de ejemplo de lo que no está expresamente dicho.
Leer a la luz de la obra de Maquiavelo este texto es apasionante, lo mismo a la luz de Aristóteles, Ciserón, Tito Livio, Cornelio Tácito, etc.; pero recibirla sin antecedentes otorga al afortunado que se hace con este conocimiento de un Juego de Tronos de bolsillo.
Puesto que he leído con sumo cuidado esta obra, me permito recomendar su lectura y sugiero discreción a quienes sigan los postulados vertidos en ella.
Por: Iván Mimila Olvera
Abogado y asesor en materia constitucional y autor de los libros "Cuestionario de Derecho Constitucional" y "Cuestionario de Derecho Constitucional de los Derechos Humanos". Actualmente es litigante en activo y asesor de diversas organizaciones de la sociedad civil.