Las ciudades, sus construcciones, calles, estatuas y problemas son expresiones de su época. Si ésta es una etapa en la que las mujeres son violentadas, acosadas y abusadas, las expresiones de ese momento histórico particular se verán reflejadas en las ciudades. Pero esta resistencia que durante décadas ha caracterizado al movimiento feminista, es juzgada constantemente porque “atenta” contra el estado de las cosas y el supuesto orden en el que estábamos acostumbrados a vivir.
Sin embargo, ese orden que todos juzgan se ve de esta manera: un grupo de policías detienen a una mujer por un delito menor y ésta muere en los separos de una presidencia municipal; una niña desaparece en medio de una fiesta familiar y a los pocos días encuentran su cuerpo en un lago cercano a su casa; un estudiante universitario es hallado muerto en la habitación que rentaba en Mineral del Monte; un campesino es asesinado por la policía en una manifestación para obtener servicios en su comunidad; una profesora de bachillerato y su esposo desaparecen por semanas hasta que sus cuerpos son encontrados en un barranco a las afueras de Pachuca.
Así se ve el “orden” que nos gusta. Todo eso pasa frente a nuestros ojos, pero ver una iglesia rayada nos indigna hasta la médula. Nos molestan las verdades, nos molesta ver que las cosas están mal, que las omisiones, la injusticia y los asesinatos existen, que estamos solos porque la policía está del lado del sistema, que estamos solos porque preferimos el silencio.
¿Qué es una iglesia rayada?: una mujer profanada, un hijo desaparecido, una niña abusada, un esposo asesinado, una muestra insoportable de que las cosas están mal. Por eso nos incomoda, por eso nos molesta, porque mientras las cosas no nos pasen en carne propia, seguiremos pensando que esas no son las formas.