Intrincada es la naturaleza humana, que recurre al mito por diversas razones, apetitos e intereses, creando un imaginario colectivo que produce frente a la Navidad y Santa Claus un sueño mal parido que suele terminar en resaca social.
Sin ánimo de que me llamen Ebenezer Scrooge, o también, Grinch, desmitificar las zonas erróneas de la sociedad es el mejor camino para acertar en su conducta y tratar de hacer evidente que no se puede ir por la vida entorpeciendo la estabilidad emocional de los demás desde su infancia temprana.
A unos días de que Santa Claus aparezca empoderado por los dichos e imágenes creadas por los adultos y la cooperación expresa del mercado, los niños en múltiples países de occidente se aprestan a recibir sus regalos, siempre y cuando se hayan portado bien todo el año, lo cual invita a reflexionar sobre los cuestionamientos de fondo de este dilema del condicionamiento negativo a los niños.
¿Qué significa para un niño portarse bien? No hay respuesta directa, es un término laxo y confuso que los adultos utilizan para controlar una conducta “desbordada”, como saltar en la cama, correr por el pasillo, no comerse toda la comida, tirar moronas en el suelo, o bien, no hacer la tarea; todas ellas nimiedades que no tienen sentido cuando la simbología de relación y conducta del niño se manifiestan a través del juego.
¿Cómo quitarles el juego a los niños? Si somos observadores, el juego no atiende ni a su responsabilidad ni estatus social, los niños juegan: lo mismo que los que venden periódicos o chicles en un semáforo, los que hacen ritos en pandillas o los que se reúnen en el Club de Golf de sus padres. Todos los niños juegan.
¿Por qué aleccionar la conducta de los niños con la censura del juguete-juego? Precisamente porque el lenguaje del niño es el juego, castigar el juguete y el juego son formas de cortarles la vida, la respiración, el entendimiento y la libertad, todo ello para que se comporten como lo que no son: adultos.
Pero el castigo final de los niños frente a Santa Claus no termina aquí. La mentira-fantasía no se puede sostener por siempre, los adultos demandando responsabilidad del niño que está a punto de dejar la niñez le revelan que Santa Claus no existe; algunos son sus padres, hermanos o parientes cercanos y, otros, personas ajenas desde la televisión y vecinos que desean terminar con la fantasía, castigando con el fin del mito y causando con ello la primera distancia entre el niño y sus padres, que predisponen, con la mentira, una adolescencia difícil e incrédula.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.