Sabemos que desde hace décadas el futbol dejó de ser un deporte bajo el espíritu del triunfo limpio para convertirse en un negocio redondito y que apunta a manejos turbios, y no me refiero exclusivamente al negro escenario de la tragicomedia que enfrenta el escándalo de la malversación de recursos y venta de mundiales de la FIFA.
El futbol mexicano ha experimentado un inédito paro de árbitros que atendió a la violencia que sufren los silbantes; la FEMEXFUT, en lo oscurito, bajó los brazos y poco menos que se bajó los pantalones ante la comisión arbitral, pero el desaguisado permitió ver que ni los futbolistas ni los árbitros cuentan con un sindicato que los ampare, cuestión que evidencia no sólo los intereses creados en el futbol-negocio, sino el estado que guarda la ley en el país.
De trogloditas y primitivos es la precaria estructura legal que ampara a jugadores y árbitros, que son poco menos que putas tristes, como diría Gabriel García Márquez, porque no controlan “las más de las veces” su destino económico y en el caso de jugadores están sujetos a padrotes conocidos como representantes, los cuales los venden al mejor postor como si fueran cosas.
Recuerdo al exfutbolista Carlos Albert, que ahora es comentarista deportivo, quien siendo jugador intentó crear un sindicato de futbolistas, para qué les cuento, recibió hasta amenazas a su integridad personal y de su familia.
Pocos negocios resultan tan lucrativos como el futbol, el cual encierra un alma neoesclavista que poco o nada se ha investigado para hacerle frente; han existido en sus manejos a nivel internacional infinidad de irregularidades que ponen al descubierto que el mercado de jugadores, el manejo de federaciones -recordemos la CONCACAF-, así como el gremio del arbitraje han caído en corrupción, y que no existe mayor credibilidad en los organismos que manejan ese meganegocio.
Es necesario retrotraer el escándalo de apuestas en Italia, que le costó el descenso a equipos de la primera división, así como sanciones a jugadores que se vendieron para arreglar resultados; al igual que las irregularidades del pago de impuestos en que suelen incurrir jugadores y equipos a través de contratos disfrazados, o bien, oscuros.
Sin embargo, estas estelas no han alejado a los aficionados de los estadios, el costo de las entradas sí; por lo que hablamos de que la moral futbolera es tan laxa como son la probidad y honestidad de los involucrados en este macronegocio que no tendrá fin.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.