Moverse en esta ciudad siempre ha sido complicado. Pachuca es una de esas ciudades cuya topografía es, a la vez, una marca de identidad y un problema para recorrerla.
Desde que se nos impuso un modelo de transporte como el Tuzobús, las cosas cambiaron de forma tajante, no sólo para el bolsillo de los pachuqueños, sino para nuestra manera de vivir la ciudad. Con el asunto del covid-19 las cosas están empeorando, en primer lugar porque parece que las autoridades aprovecharon la contingencia y la poca movilidad de personas en la ciudad para autorizar toda la obra pública posible -e inútil- que hoy tiene a la ciudad en ruinas. Es imposible recorrer los principales bulevares pachuqueños porque las obras han duplicado, o triplicado, el tiempo de nuestros recorridos.
Aunado a eso, el transporte público supone un riesgo para mantener las medidas de sana distancia. Y aquí se abre una vieja herida, pero no hablaré de las concesiones ni de los grupos organizados de taxistas ni de las malas decisiones para la planificación (si acaso la hay) de la movilidad en la ciudad.
Mientras otras ciudades de México, como Puebla, Guadalajara y la CDMX, ya están realizando acciones para promover otros tipos de movilidad, como el uso de la bicicleta, en Pachuca se sigue apostando por el coche, por la construcción de puentes que no sólo son un atentado estético para la ciudad, sino contra la calidad de vida de quienes vivimos aquí y merecemos transportarnos de manera segura, económica y eficiente.