En el noveno aniversario de un crimen encubierto por el Estado, Ayotzinapa sigue en la memoria del imaginario colectivo como uno de tantos casos políticos donde el epitafio es el olvido.
Del “estoy cansado” del exprocurador Jesús Murillo, hasta las reiteradas advertencias de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la verdad histórica del caso Ayotzinapa se ha perdido y pervertido, y la cadena de custodia de la verdad parece ser un intrincado laberinto que ni los peritajes forenses que llegaron en su momento de Argentina han servido para esclarecer el suceso que enlutó a la nación.
Paulatinamente se han ido cerrando las investigaciones sobre los hechos, y la voluntad política de la actual administración del país no ha sido suficiente para brindar respuestas veraces sobre el contubernio político que acabó con la vida de los 43 estudiantes y mucho menos para garantizar que el estado de Derecho tan cacareado en las retóricas políticas se considere algo más que buenas intenciones.
La administración de Enrique Peña Nieto fue tan sórdida que parece haber tendido un manto sobre el proceso forense y las investigaciones, tanto que ya no se puede apreciar certidumbre en las pruebas aportadas por los entonces hacedores de la ley, lo que ha clavado una espina que no se puede remover para asegurar cualquier análisis serio sobre un evento que debería haber causado, más que conmoción, irritación social.
A nueve años de iniciar el luto nacional, las autoridades siguen dando palos de ciego en la investigación, lo cual no debe sorprender a nadie, ya que la impunidad es uno de los costes de la procuración e impartición de justicia cuando esconde no la impericia de aquellos años, sino la constante del quehacer de la legalidad imperante y su aparato administrativo frente al pesar social que no encuentra respuestas a la realidad que desborda cualquier causal que no insulte la lucidez e inteligencia de la ciudadanía.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.