El siglo XVIII, conocido como el siglo de las luces, inició la dirección epistemológica de usar el conocimiento para transformar el universo civilizatorio, es decir, trascender al conocimiento contemplativo (aprender por aprender), trazando con ello la disputa del escenario no sólo científico por cambiar el curso de la realidad, sino también a nivel de las estructuras sociales y de poder.
En este escenario, las grandes manifestaciones políticas, como la lucha de Independencia en Estados Unidos o la Revolución francesa, dieron origen a una cosmovisión humanística donde aprender por aprender era una imposición frente al conocimiento que debía liberar al hombre y a la humanidad de los atavismos que impedían pensar a los seres humanos en igualdad, libertad y fraternidad.
Sin embargo, la libertad y la igualdad se plantearon en términos de la pujanza capitalista que en la propiedad privada fraguó el espíritu de competencia que naturalizó la rivalidad humana en todas sus dimensiones, convirtiendo a la ciencia en una paráfrasis de la ideología liberal, iniciando con ello el frenesí que nos embarga en las instancias guiadas de los mercados y la sujeción de la humanidad en los apetitos de quienes manejan esos mercados.
El genocidio de los nativos americanos en la expansión capitalista en Estados Unidos fue uno de tantos ejemplos nítidos de la voracidad del liberalismo y sus expresiones de la economía capitalista, en un dinamismo que cosificó la vida humana y animal, donde el búfalo fue casi extinguido para quitarle a los nativos americanos su sustento, y con ello, también extinguirlos al calor de las balas de los Winchester, perdiéndose la riqueza de su cultura que habría de convertirse en las alegorías de los westerns en Hollywood, donde los nativos eran presentados como salvajes y asesinos, mientras el ejército norteamericano como civilizado y heroico.
El sometimiento del conocimiento científico a los apetitos de las élites económicas y de poder político no devino sólo de la idea de progreso del positivismo, sino también del macrosujeto insospechado en el que se convirtió el Estado en su versión instrumentista de clase, que lo mismo causó dos guerras mundiales que la demencia en Vietnam, Irak, Afganistán y Ucrania, mientras América Latina formaba los íconos de las dictaduras de Pinochet, Videla y Stroessner.
Ya no nos instruimos por instruirnos y para disfrutar del conocimiento y la cultura, ahora lo hacemos para competir con el salvajismo y miseria moral de la economía de mercado y sus amos que mantienen al Estado como el instrumento de dominación que en complacencia con nuestra ignorancia funcional nos volvió enemigos.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.