El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, enfundado en el uniforme del equipo nacional de beisbol y la emblemática gorra verde con la mexicana M al centro, reduce el estrés con poderosos batazos, relajante ejercicio que confirma que al tabasqueño todavía le queda poder en ese cansado cuerpo; saca la bola del campo y con su poder de muñecas para conectarla también logra pegar de hit a los complicados asuntos que enfrentó en la semana que termina. A cada asunto, como buen pelotero acostumbrado a remolcar a los corredores que se encuentran en las bases, le dio un tratamiento especial.
El lunes, por ejemplo, inició la jornada con un sólido toletazo de vuelta entera que permitió vaciar las bases y anotarse un sonado triunfo por blanqueada en el primer encuentro entre el propuesto gabinete de Morena con la cansada y alicaída novena peñista, ésta que ya quisiera que cayera el último out y dejaran de apalearla con tantas carreras limpias y sucias. En ese espacio protagónico, AMLO, sin eufemismos ni retórica protocolaria, como se acostumbra en la presidencia imperial, propinó un violento toletazo con autoridad y enfatizó que la reforma educativa será cancelada. Así de clarito, justamente cuando inicie el próximo gobierno.
Asustado por la contundencia del tablazo, el todavía presidente Peña, tratando de ser consistente, reiteró que hasta el último aliento de su mandato la reforma educativa avanzará. Al parecer son las patadas de ahogado del frágil pelotero de Atlacomulco, al final de cuentas quien ha cubierto los vacíos de poder es AMLO y su equipo de próximos funcionarios y legisladores; este equipo ha sido el que se ha apoderado de todos los espacios de la opinión pública para fijar la agenda. Así, en aquel encuentro en Palacio Nacional sometió al gobierno en funciones a trabajar para construir desde ahora el proyecto de gobierno que los lleve a la cuarta transformación tan prometida.
Por otra parte, con un tirabuzón que llevaba mucho veneno, la insidiosa prensa nacional e internacional intentó arrinconar a López Obrador al cuestionarlo por la “extraña coincidencia” de la reaparición pública de la profesora Elba Esther Gordillo, lideresa del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, quien se ufanó de haber derrumbado, al obtener su libertad, la reforma educativa. Con la astucia que lo caracteriza, el tabasqueño dejó pasar aquel proyectil y en un segundo momento sólo se limitó a confirmar su respeto a los derechos individuales de la matriarca del magisterio, y sin agitar su coqueto peinado de Benito Juárez sostuvo que no se ha considerado que la profesora colabore en el próximo gobierno.
Mientras, el del copete estilizado pasó aceite y tuvo que desmarcarse de la torpe acción de la justicia que en la etapa final del su gobierno liberó a la profesora Gordillo, que al comenzar la gestión había encarcelado. Abanicó infructuosamente cada uno de los lanzamientos propinándose un strike de tres tiros, porque sin capacidad de respuesta achacó a la PGR y al Poder Judicial la responsabilidad de la detención y liberación. Jamás pudo deslindarse de la clara acción de castigo a una opositora de la reforma educativa.
Sin más propósito que facilitarle la entrega-recepción de la administración pública, el presidente Peña Nieto y todo su gabinete demostraron civilidad y dejaron un precedente para futuros gobiernos salientes: colaborar sin revanchismos políticos y trabajar conjuntamente por los intereses de la nación. En este gesto que hay reconocerle al lastimado jefe del Ejecutivo: se anotó un limpio hit por el jardín central, “un indiscutible”, como señalan los clásicos de la crónica beisbolera.
A manera de despedida, en pleno cierre del octavo rollo, en un juego que ya está perdido desde el 1 de julio, reapareció Peña Nieto en la prensa nacional concediendo entrevistas de despedida a los poderosos conductores de la televisión. Denise Maerker, Javier Alatorre y Ciro Gómez Leyva fueron los interlocutores a modo para el adiós del primer mandatario. El mea culpa de errores del juego, como no exponer a su esposa en el asunto de la Casa Blanca, la torpe reacción de la PGR en el caso Ayotzinapa y hasta la seguridad de que la reforma educativa estuvo bien aplicada, quedó justificado en un último intento por restituir un poco de credibilidad de un gobierno con grandes cuestionamientos a la conducción de la política interna. Con cierta amargura afirmó que será la historia quien juzgue su legado. Como dicen en el beisbol: “al final la frialdad de los números”, y éstos, los que corresponden al régimen del gobierno priista de Enrique Peña Nieto, no fueron los más favorables. Falta revisar el último informe de gobierno que se entregará impreso el próximo 1 de septiembre, pero ya podemos confirmar que el balance de este sexenio ha sido desastroso en los renglones de seguridad y justicia, aunque también hay algunos méritos de estabilidad económica que habrá que reconocer.
Todo hace suponer que AMLO las tiene todas consigo, pero este juego todavía no arranca. Cuando suene el play ball el 1 de diciembre sabremos si la imaginación y la utopía se consolidan en el poder del nuevo gobierno. Más allá de estrellas que batean por el lado de los zurdos, diestros y ambidiestros, como diría alguna profesora, a este país le merece ir bien.
Por: Mario Ortiz Murillo
Por vocación sociólogo, de placer periodista. Soy un adicto enfermizo a las buenas y malas películas, especialmente las de culto (para mí). Me considero plural y lucho, desde mi humilde tribuna, en el aula y en la prensa por promover la tolerancia. Fiel seguidor de los Pumas, el mejor equipo de México y de la mejor institución del mundo, la UNAM. Aunque mi verdadera pasión no está en el deporte de las patadas sino en los batazos y las atrapadas. El rey de los deportes, según mi filosofía, debería convertirse en el deporte nacional y mundial por decreto de la ONU. Cuando esto ocurra, prometo jubilarme y dedicarme a bolear zapatos y arreglar bicis.