Aquí comienza y se acaba el país, qué mejor lugar para iniciar la campaña por la defensa de los olvidados.
Dedicado a mi enorme familia juarense
Elegir dónde empieza la campaña electoral no es un acto caprichoso o de improvisación, en realidad es una acción de comunicación estratégica que servirá para buscar protagonismo, acaparar la agenda y generar la percepción de “ganadores” desde el principio.
La correcta elección de la plaza implica considerar factores tales como el valor simbólico y de aceptación del candidato a fin de lograr una percepción en un lanzamiento nacional de un proceso de conquista del voto promisorio. Algunos candidatos optan por ir a los sitios donde los partidos están plenamente posicionados y así arroparse con el aplauso de acarreados y del amor incondicional de esa fauna que llaman “voto duro”; otros prefieren aparecer en el lugar de nacimiento porque quieren el respaldo de sus coterráneos. En fin, hay muchas consideraciones, pero también existen quienes rompen la tradición y el paradigma: uno de esos políticos anti-manual de marketing político es Andrés Manuel López Obrador.
AMLO apostó por la fronteriza Ciudad Juárez, Chihuahua. Así, sorpresivamente se trasladó a una plaza muy diferente a las que le ofrecen mayor aceptación en su exhaustivo trabajo territorial (sólo el Peje puede afirmar que es el único candidato que conoce cada uno de los 2 mil 463 municipios del país).
Aunque parezca extraño, a lo largo de tantos años de campaña AMLO ha construido un capital político propio en las regiones alejadas del centro del país, y Juárez es un ejemplo de ello. En la otrora Paso del Norte provocó la esperanza y empatía entre los sectores populares, que también en ese territorio tienen en el deseo de un modelo económico más justo y están decididos a buscar por la vía del sufragio un cambio radical de la política.
Instalado en la imagen genuina y directa que lo caracteriza, frente a la multitud, en el mitin a pleno sol, el tabasqueño sedujo y emocionó a los asistentes a la histórica plaza donde, a los pies del monumento de Benito Juárez, prometió impulsar la actividad productiva, duplicar el estímulo económico a las personas mayores, apoyar a los jóvenes, activar el mercado interno, reducir el número de importaciones, generar una nueva relación entre el poder y los sectores sociales, por mencionar sólo algunas ofertas de lo que será el gobierno lopezobradorista.
Este domingo a mediodía, el candidato de Morena, Encuentro Social y Partido del Trabajo hizo un llamado a la unidad de la ciudadanía para acabar con los privilegios de las élites, desterrar la corrupción y otorgar a los más pobres un lugar protagónico en una nación incluyente.
El tono del discurso, más que ningún otro momento, sonó honesto, sin demagogia y con una fuerte convicción de que llegó el momento de erigir el primer gobierno de izquierda del siglo XXI. La sociedad juarense, acostumbrada históricamente a abanderar la lucha del bipartidismo PAN vs. PAN, en esta ocasión -al menos eso indica el simbolismo de este acto- parecen haberle dado un espaldarazo a una tercera opción, la que reivindica las mejores causas de los olvidados.
En el lejano 1988, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano apenas sostuvo un pequeño encuentro con un grupo de simpatizantes que en la Plaza de Armas de aquella bella ciudad escucharon con respeto el discurso del hijo de tata Cárdenas, un candidato que tenía una alta simpatía en el centro y en el sur del país, pero que en el norte no contaba con la fuerza del sinaloense Manuel J.Clouthier, quien defendía la bandera del PAN. El gran Maquío, panista sui generis que logró la simpatía popular de la región norteña, murió años después sin ver cristalizado el cambio político que requería entonces, y ahora, este país. Emocionante debió resultar para la hija de aquel panista, Tatiana Clouthier, actual coordinadora de campaña de AMLO, observar aquella postal de una plaza con miles de seguidores en una ciudad con paisaje desértico y extremas temperaturas, escuchando a un carismático tabasqueño que a fuerza de trabajo ha logrado desatar la esperanza y emoción de una masa que se extiende desde aquellas lejanas tierras hacia toda la geografía nacional.
Andrés Manuel ha dejado de ser un personaje conocido en una porción del país, a diferencia de Cárdenas en 1988 al pejecandidato lo conocen hasta en el mismísimo Juárez y eso significa que más allá de la presencia en medios, ha llegado la persona a las regiones más distantes de la capital.
Hace doce años López Obrador inició su campaña en el municipio más pobre del país, ubicado en la región de la Montaña de Guerrero; en 2006 lo hizo en Macuspana, Tabasco (su tierra natal), y en esta ocasión eligió la ciudad fronteriza con más historia y valor simbólico del norte del país: Ciudad Juárez fue el escenario en el que Francisco I. Madero doblegó a Porfirio Díaz en el momento decisivo de la Revolución Mexicana. Años antes, Benito Juárez en su dramático tránsito por restaurar la República decidió trasladar su gobierno a Paso del Norte (nombre anterior de esta localidad).
Para nadie es un secreto qué Andrés Manuel López Obrador siente una profunda devoción por la honestidad y filosofía del gran líder del liberalismo mexicano y que desde su etapa de estudiante recoge las tesis del juarismo como objeto de estudio y, muy a su manera e interpretación, ha buscado llevarla al poder.
La oferta está hecha en la ciudad que se rebautizó por Juárez y ante la figura del gran defensor de la patria. Es muy alto el compromiso y en palabras del tabasqueño más juarista: “no va a traicionar al pueblo”. Porque confío en él, quiero creerle.
Veremos si el espíritu de Juárez, la deuda contraída con los juarenses y la conciencia de un hombre de ideales y convicciones no se diluyen en una campaña de vulgar mercadotecnia. Ni la memoria de Juárez, mucho menos la esperanza de mis queridos paisanos juarenses y la de todos los votantes que sufragarán por AMLO en México, se la merecen.
Por: Mario Ortiz Murillo
Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.