El presidente nunca dejó de hacer campaña, ni siquiera ahora que alcanzó el poder. Apegado a un estilo coherente al simbolismo de esperanza que representa, articula un discurso nacionalista especialmente dirigido a esa masa de pobres que por millones confían en él. Se dirige a sus bases, son ellos al final de cuentas los receptores que le interesan en ese rito propagandístico matutino de emitir los comunicados con el sello ideológico de esa abstracción pejista llamada “Cuarta Transformación”.
Cada mañana, desde que llegó a la Presidencia,López Obrador es capaz de generar tal cantidad de mensajes que se apodera de las primeras planas de los diarios y de las conversaciones de café. El recinto del Palacio Nacional, símbolo histórico de los gobiernos liberales del siglo XIX (e irónicamentetambién de la dictadura de Porfirio Díaz) es el perfecto escenario para el lucimiento del gran orador cuasijuarista-cardenista-maderista y salvadorallendista.
Ahí, con rostro adusto y alejado de las recetas ridículas de la imagen pública, le importa un cacahuate lucir presidenciable (la sotana no hace al monje), prefiere la guayabera. Sin embargo, hace un esfuerzo por portar un austero traje, la mayoría de las veces con una corbata con nudo asimétrico, siempre mal acomodado; a estas alturas no necesita verse bien para la foto, sino levantar emociones con un discurso verosímil, que se sustenta en los mejores recursos de la retórica del mitin.
El discurso televisado, además, le permite, en vivo y a todo color, imponer la agenda del día, con ese tono firme, a veces cansino, pero nunca torpe. De tal forma, en ese monólogo que los frívolos millenials llaman “el stand up mañanero”, lleva la discusión a los terrenos que a él le conviene, simplemente para construir, recrear y administrar una retórica que con toda la maquinaria del Estado mexicano y el poder de los medios de comunicación lo mantenga en los niveles más altos de aprobación que ningún mandatario en los últimos sesenta años ha alcanzado al arrancar los primeros meses de gobierno.
Andrés Manuel López Obrador no es un improvisado, por el contrario: es un astuto político surgido de la teoría y la práctica. Si bien de los libros de ciencia política en su etapa de estudiante como politólogo en la UNAM algo aprendió, en realidad la mayor parte de los aprendizajes surgieron del conocimiento empírico, de un profundo contacto con los grupos sociales y minorías, primero en los centros indigenistas del Instituto Nacional Indigenista, luego de la mano de su mentor Carlos Pellicer, y posteriormente desde la trinchera de la oposición antisalinista-zedillista-foxista-calderonista-peñista. Después, como jefe de Gobierno y en un largo y sinuoso recorrido por tres candidaturas presidenciales, absorbió todo el conocimiento posible para generar un movimiento basado en un discurso propagandístico que se ha ido transformando en cada coyuntura, pero que en esencia mantiene las reivindicaciones de un cuasisocialismo en el que se evocan los principiosideológicos de los héroes, mártires y caudillos mexicanos, fijando un lenguaje que a veces pareceuna combinación del empleado por el presidente orador Adolfo López Mateos, el honesto Benito Juárez o el nacionalista Francisco I. Madero.
Amo de la escena, con elocuencia receta frases grandilocuentes que ya había pronunciado en la campaña; es una retórica que combina el pragmatismo, la instauración de una nueva moralrepublicana, donde en nombre del pueblo y la justicia social justifica las acciones de la política de austeridad donde siempre se condenará en acusaciones permanentes a los artífices del neoliberalismo.
Conocedor de la fuerza de un régimen presidencialismo, en una frase puede acabar con la reputación de sus antecesores o, al menos, sembrar la duda de señalar a esos gandules gobernantes fifís que se han servido del poder y luego sin empacho le venden los secretos de la administración pública a la iniciativa privada cuando dejan el cargo. A ellos, en el mejor estilo del predicador evangélico, los sataniza porque, aunque sea legal, son inmorales al prostituirse a la iniciativa privada.
En la mejor tradición de los grandes propagandistas de la historia, como Adolf Hitler, Franklin Roosevelt, Juan Domingo Perón, Lázaro Cárdenas, Francisco Franco o Daniel Ortega, coloca cada mañanera los valores nacionales y símbolos que le permiten fustigar con el dedo alzado a todos los enemigos del pueblo. Arremete a diario contra la corrupción, a la que considera el mal de todos los males; inaugura con cartilla en mano la que llama la nueva moral pública (que ya había escrito en el lejano pasado Alfonso Reyes); se convierte en ejemplo de la honestidad valiente bajándose el sueldo y a todo su gabinete; emprende la lucha contra el huachicoleo convocando a choferes de pipas a los que les advierte que realizarán una misión para defender los recursos naturales de la patria mexicana.
A los creyentes de la efectividad de la mercadotecnia política habrá que recordarles que la propaganda peje-presidencial alcanza mayores resultados que esas fórmulas implementadas en el peñato con manuales para segmentar el mercado y generar percepción favorable del gobierno (ya sabemos cómo le funcionaron al gavioto).
Hoy el uso de arengas, símbolos y enarbolar el ideario del nacionalismo y patriotismo le permiten al jefe del Estado mexicano alcanzar mayor aprobación que incluso la que le permitió en campaña obtener la silla presidencial. A AMLO, al que ya se le ve como un defensor a ultranza de la nación, se le extiende el bono democrático y su luna de miel con la ciudadanía parece eterna, ni la antipopular decisión de ir contra las estancias infantiles, el enojo empresarial por la toma de vías en Michoacán por parte de la CNTE, ni las críticas por la timorata posición de la cancillería sobre el conflicto en Venezuela, le restan simpatías.
Conocedor de la retórica correcta para conectar con el círculo verde, ese sector de población amplio y popular, el presidente expresa en frases sencillas y explicaciones ligeras los cuestionamientos de la prensa, a la que cada mañana utiliza para imponer la agenda pública, fijar el nivel de la discusión y construir al enemigo en turno para responsabilizar del desastre recibido.
Andrés Manuel no necesita voceros, él es su propio vocero, de su gobierno y de toda la federación. Abre frentes con enemigos que le sirven de sparrings porque luego de una larga lucha hay un rencor acumulado que recibe el aplauso de sus aduladores, que lo alienta a seguir golpeando a los responsables de la barbarie mexicana. Como buen alumno de Goebbels implementa cada amanecer el principio de simplificación y del enemigo único para culpar a la mafia del poder de querer sabotear su gestión.No olvida el principio del método del contagio al reunir a todos sus adversarios, conservadores, empresarios, prensa fifí, funcionarios corruptos, expresidentes en una sola categoría: los enemigos del pueblo. Y jamás descuida el principio de orquestación que en estricto sentido supone limitarse a un pequeño número de ideas y repetirlas hasta el cansancio hasta crear en el imaginario colectivo la idea de que sus dichos son verdadesaceptadas por la sociedad: “la corrupción es el principal problema de México”; “la amnistía no significa impunidad”; “la violencia se desató en el país porque no ha habido crecimiento económico desde hace 30 años”; “el pueblo no es tonto, tonto es el que piensa que el pueblo es tonto”; “no tengo derecho a fallar”.
Tan sólo tres de los once principios de propaganda de Goebbels que como buen conocedor del sentimiento popular el presidente dosifica en mensajes repetitivos cada mañana el discurso que lo mantendrá en las encuestas en los cuernos de la luna. Lecciones de la vieja escuela de la propaganda se refrescan y nadie como López Obrador para ejecutarlas.
Después de su gestión muchos manuales de comunicación política habrán de recuperar estas experiencias para el análisis, para la teoría. Sin duda,AMLO será la referencia en las próximas décadas de un renacimiento de la propaganda como recurso fundamental de la persuasión política y quizá, sólo quizá, los ultramodernos mercadólogos de la política tendrán que jubilarse y dedicarse a influir en elconsumo de pasta de dientes o refrigeradores en campañas comerciales porque los políticos sin ideología ya no resistirán las técnicas pragmáticas de inventarse como un producto para el mercado. Veremos.
Por: Mario Ortiz Murillo
Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.