Actitudes proposicionales (3/3)

El planteamiento

 

Los análisis de las oraciones actitudinales inevitablemente se sumergen en la tradición filosófica que considera que la situación fundamental del hombre es la de ser sujeto de un mundo de objetos. Los procedimientos expresan esta posición de observador, excluyéndose a sí mismos de la investigación. Una prueba es que se exponen atribuciones de creencias sin definir al agente que las atribuye, y por tanto, su relación con el sujeto de la atribución. Esta omisión, sin embargo, no vuelve misteriosa la personalidad del informante, por el contrario, compromete enérgicamente al investigador como dicho sujeto, por lo que tendría que asumir los criterios de sustitución de los términos contenidos en las cláusulas subordinadas como parte del propio análisis. Pero esto no ha sido el caso, pues se propone un sujeto de la atribución sin esclarecer, o asumir, al sujeto que atribuye las creencias y puede sustituir dichos términos. La posición, pues, se explica en la caracterización de un sujeto que tan sólo observa, pero que nunca se incluye en esta observación, es decir, que no observa cómo observa.

Es del todo comprensible la extrañeza que con seguridad produce la lectura del anterior párrafo, sobre todo si advertimos que nuestra formación se desarrolla en el legado de una concepción de la filosofía como la disciplina que nos eleva y contrapone al mundo de la cotidianidad, para observarlo como un todo limitado. Por ello la desesperación e impotencia, porque nos sumergimos en la idea de que podemos ver el mundo “objetivo”, cuando las refutaciones nos insisten de algún modo en recordarnos que ello no es posible, que no podemos ver el mundo “desde fuera”, sino dentro de éste y considerándonos en él. Pero esto se olvida, olvidándonos con ello de nosotros mismos.

La primera llamada de atención consiste en reclamar este olvido. No somos sujetos “observadores”, simplemente “espectadores”; no podemos, pues, separarnos del mundo en el que nos encontramos todo el tiempo. No estamos separados en ningún momento del mundo, pretendiendo obtener conocimiento de éste como si fuera algo radicalmente diferente a nosotros mismos. Todo lo contrario, nosotros mismos formamos parte del mundo que pretendemos conocer y analizar; estamos en él, por tanto, en todas nuestras observaciones.

Toda investigación que excluye su propia consideración del objeto investigado consigue el desarraigo, y esto significa el vacío que genera los problemas. Consideremos nuestros ejemplos:

1) Juan cree que Lupe es fea.

Bajo el supuesto de que no determino específicamente al sujeto que informa la actitud proposicional de Juan, entonces soy yo quien le atribuye a Juan la creencia de que Lupe es fea. Y continúo:

2) Lupe es María.

Por tanto,

3) Juan cree que María es fea.

Si (1) y (2) son verdaderas, entonces (3) también es verdadera. Desde mi punto de vista no hay problema alguno.

Sin embargo, el planteamiento tradicional expone algunas contradicciones que se generan bajo ciertos supuestos, por ejemplo, que Juan ignore la verdad de (2). Entonces se nos dice que la verdad de (1) y (2) no implica necesariamente la verdad de (3), puesto que Juan puede incluso creer que ‘María’ designa a una mujer bonita. Si esto es así, tenemos:

4) Juan cree que María no es fea,

lo que genera una contradicción entre (3) y (4).

No discuto que la contradicción exista, puesto que además de ser evidente, no creo que tenga ningún sentido agotar nuestros esfuerzos con respecto a ella. En todo caso debemos seguir el rastro de su aparición, analizando las condiciones en que ésta se desarrolla y desarrolla su sentido. Podría decir entonces que el error consiste en aceptar dicho planteamiento, asumiendo con ello cualquier posible resolución. Así pues, el camino debe ser planteado nuevamente, pero ahora desde una perspectiva diferente y por demás anunciada.

La primera cuestión reside sobre la implicación de verdad. Al parecer la verdad de (1) y (2) no garantiza la verdad de (3), ello por los supuestos antes mencionados; empero, aún cuando Juan ignorase que ‘Lupe’ y ‘María’ designan a la misma mujer, ello ni siquiera podría ofrecernos suposiciones para dudar de la verdad de (3). La razón es simple: si Juan cree que Lupe es fea, entonces Juan cree que María es fea, independientemente de que Juan tenga conocimiento de (2), porque (2) es una oración que yo empleo para enunciar mi creencia de identidad, no una atribución de Juan que haya que tener en consideración. Es mi conocimiento de (2) lo que me permite sustituir a ‘Lupe’ por ‘María’, y es un error apelar a la suposición de que Juan no conoce (2) para dudar la implicación de verdad de (3), pues (3) únicamente se puede inferir si tengo conocimiento de (2). En todo caso, la suposición de que Juan desconoce (2) tan sólo me permitiría decir que Juan no podría inferir (3), pero no que sea posible la falsedad de (3), si (1) y (2) son verdaderas.

Dicho de otro modo, si yo sé que son verdaderas (1) y (2), entonces yo sé que es verdad (3), aunque Juan no lo sepa.

Pues, yo soy el que atribuye a Juan la creencia de que Lupe es fea, quizá porque he visto sus expresiones ante ella o porque me lo ha dicho. Pero si además tengo conocimiento de (2), y alguno de sus pretendientes me pregunta, suponiendo que éste la conoce por su otro nombre, “¿Tú crees que Juan quiera con María?”, puedo decir, sin ningún problema: “No lo creo, pues según él está fea”. Por lo que no tiene sentido dudar de la verdad de (3).

Debemos también recordar el carácter proposicional de las atribuciones, esto es, que Juan asentiría la verdad de (3) si le dijéramos que María es Lupe, es decir, como Juan no cree propiamente en la oración ‘Lupe es fea’, sino en el pensamiento que ésta expresa, entonces Juan cree en el contenido expresado por ‘María es fea’, aunque él mismo no lo exprese así. Esto último también confirmaría la verdad de (3) si (1) y (2) son verdaderas.

La segunda cuestión reside en la supuesta posibilidad de que Juan crea que ‘Lupe’ y ‘María’ no designan a la misma persona, más aún, que crea que Lupe es fea y que María es bonita. Este supuesto es el que genera la contradicción:

1) Juan cree que Lupe es fea.

2) Lupe es María.

Por tanto,

3) Juan cree que María es fea.

Nuestra inferencia es válida, pero el supuesto permitiría declarar como verdadera:

4) Juan cree que María no es fea.

Sin embargo, para que esta contradicción tenga sentido, tendríamos que haber atribuido:

2)’ Juan cree que Lupe no es María,

lo que no es el caso en la formulación original. No obstante el planteamiento de (2)’ como premisa, lejos de salvar la contradicción, la imposibilitaría, porque de (1) y (2)’ no se infiere lógicamente (3). Para ello requerimos de (2), empero, (2) no nos permite suponer que Juan cree que ‘Lupe’ y ‘María’ designan a dos mujeres distintas, puesto que lo único que expresa es nuestro conocimiento de que Lupe es María.

El análisis de la cuestión acecha las suposiciones que generan la contradicción, y como hemos visto, para suponer que Juan cree que Lupe es fea y María es bonita tendríamos que haber establecido el sentido de esta suposición, la cual reside en la creencia de Juan por (2)’, lo que echaría por tierra el problema. Pero el planteamiento de (2) no permite suposiciones con respecto a Juan, debido a que para efectos de la inferencia ni siquiera nos interesaría su opinión.

Para poder decir (3) primero tendría que saber (1) y (2), tal y como podría inferir (1) si primero conociera (3) y (2). Así pues, las paradojas sólo residen en la validez de quien puede hacer las inferencias.

Aunque la caracterización actitudinal de las oraciones nos sumerja en el examen directo de las creencias atribuidas, debemos advertir que ello es tan sólo una parte del análisis. La perspectiva planteada propone una investigación que no se conciba desde un plano distinto al del objeto investigado, como si éste sólo pudiera ser presenciado. Soy yo el que en todo momento puede sustituir los nombres contenidos en las atribuciones de creencias que yo mismo infiero, y soy yo el que en última instancia aplica los criterios para determinar las fallas de estas sustituciones.

El resultado de este examen propone un nuevo análisis, por lo que nuestras observaciones consecuentes serán distintas, así como la naturaleza de sus posibles problemas.  En todo caso, esta perspectiva implica nuevas consideraciones.

 

*              *              *

 

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".