En el aire hay varias preguntas: ¿tenemos el gobierno que merecemos?, ¿podemos cambiar la realidad social a través de la realidad política?, ¿está en mí cambiar el porvenir de mi nación, de mi vida, de la vida de mis hijos? La respuesta es más complicada de lo que se piensa, pues apunta hacia la oportunidad de un proceso social que se une a los caminos individuales del pensamiento y la acción humana.
Niklas Luhmann comprendió que la complejidad de un sistema es directamente exponencial al grado de oportunidades que genera. Por ende, un sistema de menor complejidad brinda menores oportunidades a los sujetos sociales; por ende, también, la construcción de ese sistema social se encuentra constreñida y capturada por los apetitos y fuerzas de unos cuantos grupos que han impuesto desde la noción cultural que ese sistema es aceptable y por tanto, que es satisfactorio e incluso viable.
En esta lógica, sí tenemos el gobierno que nos merecemos porque hemos aceptado la edificación de ese vínculo político que rige y cuyas reglas del juego nos parecen aceptables. ¿Entonces por qué dudamos del gobierno que tenemos?, ¿por qué llegamos a creer que el gobierno puede cambiar el porvenir ciego y oscuro en el que vivimos?, ¿por qué vivimos en un porvenir ciego y oscuro cuando nosotros hemos avalado el sistema en el que vivimos e inclusive le encontramos civilizado, entendiendo por civilizado que es positivo para nuestra existencia?
Entonces, y solo entonces, ¿por qué percibimos a la clase política y su gobierno como ajeno a nuestros intereses y a nuestra persona?, ¿por qué tanta insatisfacción?
La respuesta está en la complejidad. Vivimos en un sistema que impide la complejidad, es decir, obstruye la oportunidad social, ¿cómo lo hace?, por medio del Contrato Social, documento a título sacro sin sacralidad alguna que dicta las reglas de un juego que no construimos la mayoría, pero que en la poética y en la metáfora nos hemos convencido que es autovalente; es decir, el Contrato Social es contrato porque denota un acuerdo de voluntades donde aparece nuestra voluntad, y es social porque eleva esa voluntad con la lógica del acato o acatamiento social. Burda mentira legal.
¿Quieres la respuesta? No existe determinismo político, sino enclaustramiento ciego de la voluntad y la conciencia. Le has conferido omnipotencia a un sistema que se opone al ciudadano, porque los que se sirven del sistema no admiran la voluntad social; saben que hay que dominar esa voluntad, enclaustrarla y reducirla a su mínima expresión.
Por ende, un sistema cerrado por el autoritarismo y los privilegios de grupo pervive enclaustrando a los sujetos sociales, les niega la complejidad de la transición evolutiva y con ello extingue la imaginación, la cultura, el arte, la música y la ciencia, haciendo de la política y el gobierno un mecanismo de opresión social.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.