En el marco de una moralización de la función pública y de las promesas que hiciera Andrés Manuel López Obrador durante la campaña que lo llevó a la Presidencia, los ciudadanos exigen que, de una vez por todas, la clase política deje de enriquecerse de manera ilícita y que la corrupción sea controlada.
Mientras el expresidente Enrique Peña Nieto se encuentra dándose la gran vida en Europa y apareciendo en las portadas de revistas del corazón -a lo cual tendría derecho si fuera producto de un dinero bien habido-, el pueblo vive los estragos de la austeridad y la miseria, lo cual hace evidente que la aplicación de la justicia no está en los planes del gobierno actual.
Después de que Emilio Lozoya reveló información clara sobre corrupción y peculado en el sexenio de Peña Nieto, inclusive señalándolo como parte de un esquema de perversión del poder gubernamental, no hemos visto que las medidas de la justicia puedan reestructurar lo podrido en la administración anterior.
La ciudadanía espera mucho más de López Obrador, ya que su gobierno advirtió una lucha irrestricta en contra de la corrupción e impunidad que por décadas ha padecido el país. Se le finque o no el delito de traición a la patria a Enrique Peña Nieto o a Luis Videgaray, lo que subyace en el debate es si la justicia se aplicará, si existen los instrumentos para realizar un juicio sensato y si de una vez por todas se sentarán las bases de la depuración y limpieza de las estructuras del poder político.
A casi dos años de concluido el mandato de Peña Nieto, siguen abiertas las heridas sociales de un sexenio en donde primaron la corrupción, la impunidad y el crimen de Estado, condiciones que no pueden quedar sin la estricta aplicación de la justicia en un país donde lo que menos brilla es eso: justicia.
Si bien es cierto que la pandemia ha concentrado los esfuerzos del gobierno, no es menos cierto que no es impedimento para aplicar la justicia en México.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.