Leo en las historias fallidas de la razón el desaliento de las sociedades vulneradas, en las que nos hemos convertido en monedas de cambio, en mercancía, donde el utilitarismo del consumo fácil se ha vuelto un secuestro.
Juicio perdido
Las cifras hacen que me esconda, los diarios hacen del secuestro una herida y generan morbo al detallar lo inenarrable; como hombres, mujeres y niños todos somos lo mismo: entes para generar dinero, que pierden la humanidad, carne que se prostituye la carne, piedad no existe y dios negado por los captores, quienes no advierten que el juicio de sus almas lo han perdido y que las monedas de la Tierra son los vacíos del inframundo, del cual se ríen y quieren violar.
La narrativa de las perturbaciones psíquicas se vuelve vacía, y lo mismo ocurre con los castigos de los tribunales, o bien, con la censura social: pasan inadvertidos por los captores, pero los persiguen en sueños y en instantes de desolación, cuando le gritan a dios el perdón que no les dará, porque violaron la vida, se burlaron de la verdad y ofendieron a la humanidad.
Lo que no es de la luz se pierde en la oscuridad
Las noticias encaraman la realidad como los buitres que negaron a la libertad, pero nada los detiene, como tampoco a los secuestradores; en ambos casos la vida se prostituye, pierde significado y se disfrazan las consecuencias. Pero en todo esto algo está claro: los ojos los observan, pero son los ojos de las almas perdidas, por lo que el botín del cual disfrutan se convertirá en amargura y desolación, pues lo que no lo otorga la luz se pierde en la oscuridad.
La punidad terrena no es la peor que experimentan los que privan de la libertad a su propia carne, porque los seres humanos somos del mismo árbol y su savia nos inunda a todos, incluso a los que del mal hacen su victoria, sin percatarse que su rostro y sus ojos no podrán retornar a la verdad, a la luz infinita que intentan cegar, mientras que las almas de los cautivos rejuvenecen y nacen de la savia del árbol, nuevamente.
La eternidad del secuestro
La muerte y las lágrimas de ellos y los suyos condenan a la eternidad el secuestro y sus siervos; la hora del castigo es inmediata, no hace falta abandonar la vida, no es necesario dejar de vivir, porque se muere en vida y se paga en forma perenne, porque nadie elude a la luz.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.