Quienes patrocinan, elaboran y esparcen temas de humo y falsos debates en torno al presidente saben que no faltará quien les crea, o quien por lo menos vacile. Y donde flotan los crédulos, los timoratos, los agachones es en las medias tintas.
Las clases bajas casi no nadan ahí. Están fuera del tintero, listas para dar el brinco que vaya de acuerdo con el suelo disparejo donde el sudor, la juventud, la salud y otras riquezas que no vuelven se venden por la miseria mínima. Según el desenlace, el brinco será la revuelta o la revolución: nuestra bola, el despertar del México bronco, el tigre desatado, el avispero pateado.
La clase media es margarina psicoanalítica, díscola e insegura. Le importan las apariencias y le angustia la incertidumbre. Su máximo miedo es perder el estilo, caer en la pobreza, ser igual y sufrir lo mismo que quien más trabaja y menos gana. Lo suyo es consumir, acumular y trepar a las alturas afamadas y pudientes. O aparentar que habitan en un rincón cerca del cielo.
Los de arriba ven por encima del hombro a la clase media y saben que es envidiosa y no soporta que un igual, o peor tantito, un menos que ella, llegue, logre, sobresalga. Conociendo esos sueños guajiros eyaculan en ella la semilla que florece y da frutos en forma de debates insensatos y mentiras repetidas cien veces: no cumple sus promesas no cumple sus pro/ sin reflexionar en que el nuevo presidente todavía ni empieza su mandato/ mesas no cumple sus promesas no cumple sus promesas no cumpl/ porque de eso se trata, de no reflexionar/ e sus promesas no cumple.
Esas clases medias ignoran o fingen ignorar que el de arriba le echa mierda al de abajo. Literal y figurada. Literal, en las mercancías transnacionales para alimentarse de lo malo y presumir de lo lindo. Figurada, en los temas que brotan como si fueran silvestres pero fueron minuciosamente cultivados para que la ignorancia los mastique y los abone con el estiércol de la frustración y el resentimiento: sus promesas no cumple sus promesas no cumple sus promesas
Hoy los temas son no cumple sus promesas no/ diario se contradice, bancarrota, chivo expiatorio, corazoncitos, consulta. En la etapa electoral los artilleros del régimen caduco esparcieron el infundio de que sacaría de la cárcel a los criminales y quitaría sus casas y empleos a los bendecidos de medio pelo, también revivieron las ocurrencias del mesías, autoritario, ni trabaja ni estudia y pasea por el país con nuestros impuestos, vejestorio indigno de conducir auto o de tener novia, monárquico absolutista, populista echeverrista y hasta peligro para México que algunos rebuznaron cuando ya ni el propio inventor lo sostenía.
Por más que al compararlo con el purulento monstruo de noventa años y el portento de transformar un gran país en una fosa clandestina, el nuevo presidente luzca cual Inmaculada Concepción o poco menos, merece críticas. Muchas. Pero no la crítica a granel de consumo degradante que florea cada que un jodido defiende los intereses de su jodedor/ cumple sus promesas no cumple sus promesas no cumple sus promesas no cumple sus/ sino la imprescindible crítica rigurosa que impulse hacia el cambio de raíz, moral y físico, de México este cadáver desmembrado, desollado, desaparecido.
Una crítica que no comience o acabe como parte de la guerra gestada y disparada desde los retretes, sólo saldrá de las conciencias, de la independencia de criterio, de la honestidad intelectual y del cuestionamiento de los valores de imitación característicos de la clase media: el poder de consumir, la fe en el dinero, la posesión de lo que esclaviza, las cosas que preocupan y desvelan mientras duran y que provocan angustia, culpa y nostalgia al esfumarse. La crítica que al mismo tiempo es radical en sus fines y acertada en el momento, la crítica que tiene los cimientos buscados vanamente por la clase media en las alturas, porque los cimientos -ojo- están abajo.
Por: Agustín Ramos
El tiempo pasa, lo digo yo que nací en 1925, según los dueños de la palabra municipal. El tiempo pasa, hace un rato era de día y ahorita son las once con trece minutos de la noche. Me llaman Agustín Ramos (fíjense bien que no digo "me llamo", porque no acostumbro llamarme a mí mismo, ¿para qué?, si casi siempre estoy aquí conmigo). Nací en el año ya dicho por los ilustres poetas funcionarios, más ilustres que poetas, eso sí, aunque también el lustre y el puesto de funcionario les venga por la digna vía de la autopromoción. No es por hacer sentir menos a nadie, pero soy de Tulancingo... je, je. Me llevaron a México y ahí me puse a vivir. No concibo la escritura como algo distinto a la vida. Digo "viví" y es lo mismo que si dijera "escribí"; escribí millones de hojas, quince libros, o menos, como 17, entre novelas, ensayos y cuentos, sobre todo de temas históricos. Esto último gracias a la soberbia historia minera de estos lares míos y a la nostalgia que estos lares míos me producían cuando estaba recién llevado a México, ciudad donde viví y amé casi tanto como aquí. Y, bueno pues, ya son las once con 24. ¿Ven?, se los dije: el tiempo pasa, que me lo digan a mí que nací en 1925... Yo, el rey.