En días recientes, la UAEH “invitó” a sus estudiantes y trabajadores a participar en la marcha en contra de la supuesta represión por parte del gobierno del estado contra los universitarios, quienes al parecer están ya muy cansados de las formas de operar del gobernador Omar Fayad.
Tras una movilización de información dentro y fuera de la institución, todo terminó, como siempre, en una falsa alarma de la universidad, que unas cuantas horas antes decidió no unirse a la manifestación. Este hecho sólo dejó un montón de preguntas en la mesa sobre la legitimidad y credibilidad de la convocatoria y del apoyo de la casa de estudios a las causas que aquejan a otros grupos de choque en el estado que sí se manifestaron frente a la sede del gobierno estatal.
El discurso universitario resulta engañosamente noble, pues al mismo tiempo que externa su cansancio sobre las agresiones del gobierno a la institución, subrayando el compromiso de los “universitarios de excelencia” con la sociedad, pone de manifiesto la situación que se vive desde dentro, en las entrañas de la vida universitaria en la que “se tiene que hacer lo que se tiene que hacer”.
Porque entre todo este ruido, la única causa visible de la universidad parece ser la de limpiar la imagen de Gerardo Sosa, quien desde la comodidad de su posición mueve los hilos de miles de estudiantes y trabajadores, a quienes no les queda más que obedecer y aceptar su papel de “extras” en esta encarecida lucha por demostrar el poder.
El papel de la universidad es ayudar a construir mentes críticas, conscientes de las injusticias de su entorno, pero parece que en Hidalgo se reduce a reprimir la capacidad crítica y las libertades de decisión de los trabajadores en nombre de los intereses de una sola persona que ha secuestrado a una de las instituciones más nobles que puede tener una sociedad.
Es verdad que no se obligaba a nadie de forma explícita para asistir a la manifestación, y también es verdad lo que la universidad publicaba en su invitación al decir: “No somos porros…”, porque es importante diferenciar a la universidad como una institución burocratizada que ya no sabe lo que defiende ni lo que pelea, de la universidad como una comunidad en donde la mayoría de sus integrantes, en efecto, no son porros, pero que en pos de tener derecho a la educación y a una fuente de trabajo, tienen que fingir y aceptar como suyos los intereses mezquinos de un mercenario que sabe jugar con sus cartas más fuertes.
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