Husserl es el clímax de la tradición cartesiana, empero, su error es asumir que siempre somos conscientes de manera intencional, e.g., cuando las entidades de la realidad “están a la mano” y, por tanto, son transparentes para la conciencia. Es decir, sólo cuando hay un problema los entes están presentes.
—¿Qué significa la palabra ‘problema’?
7.1 Salí del baño muy mareado. ¿Dónde estás? En el bar “La Terraza de Hemingway”. Ah, sí es cierto. Me detuve discretamente en la pared para no tambalearme y, a pesar de que me había mojado muchas veces el rostro con agua fría, la borrachera ascendía, ascendía y ascendía.
—¿Estás bien? —me pregunta el capitán.
—Sí, claro.
—¿Fuiste a vomitar? —me pregunta el cantinero.
—No.
—Porque no quiero desmadres en el baño.
—No, no, no.
Veía doble, tenía poco equilibrio y todo a mi alrededor moviéndose de forma extraña.
—Siéntate, muchacho. ¿Quieres algo de comer?
—Yo creo que sí.
—¡Tony!
—¿Qué pasó, capitán? —llega diciendo un mesero.
—Prepárale a mi ayudante un caldo bien picoso.
—De inmediato, capitán.
Cerré los ojos escuchando el diálogo del capitán Ferdinand con otro viejo marinero.
—No, colega, yo no me voy a retirar. No descansaré hasta haber atrapado a esa maldita ballena.
—¿Sigues en tu sueño?
—No es un sueño, es una misión y es de verdad.
—Ya deberías descansar.
—Debo mucho dinero, colega.
—Por seguir persiguiendo tu sueño.
—¡No me importa! No voy a descansar hasta matarla.
—No le haga nada a Herman Melville, capitán —intervengo sin abrir los ojos.
—Este muchacho es un romántico,
—¿Por qué? —pregunta su colega.
—Cree que está mal matar ballenas.
—¡Está prohibido, capitán! —insisto aún sin abrir los ojos.
—En eso tiene razón, Ferdinand.
—Yo tengo un permiso especial.
—Haz lo que quieras —dice riendo su colega.
—¡Lo haré!
—¡No! —digo abriendo los ojos y, aunque el mareo aumenta, continúo—. No, capitán. ¡No! No, no, no. No debe hacerlo. Está mal y aquí en el corazón lo siento. Lo siento de veras. Cazar ballenas está mal, está muy mal. Y si lo hace, capitán, yo mismo lo voy a acusar.
—¡Sólo es una ballena!
—El chico tiene razón, Ferdinand. Olvídate de eso y mejor pesca otra cosa. Te iría mejor.
El capitán queda pensativo, su colega termina su cerveza y, tras despedirse dejando un billete sobre la mesa, sale del bar.
—El “Hemingway” especial —dice el mesero dejando un enorme plato poderosamente condimentado frente a mí—. Abusado que está muy caliente. ¿Alguna otra cosa, capitán?
—Otro ron.
El mesero asiente y sale, el capitán enciende un puro mientras yo le echo limón a mi caldo y, justo cuando lo voy a probar, el estruendo de un portazo nos hace voltear. La violenta entrada de dos corpulentos marineros me hace caer de espaldas con la silla.
—Qué haces aquí, maldito anciano.
—¡Te advertimos que no volvieras hasta pagarnos!
Ambos sujetos lo encaran, yo me pongo de pie para apoyarlo pero, torpemente, vuelvo a caer al suelo. Uno de ellos lo toma por el cuello mientras el otro le acerca un cuchillo al rostro.
—¡Déjemlo! —reclamo tambaleándome—, digo, ¡déjen-nlo!
El tipo del cuchillo camina hacia mí amenazándome.
—A ti te vamos a filetear primero, chamaco pendejo.
Le aviento el caldo caliente en la cara, suelta el cuchillo gritando y cae al suelo revolcándose. El capitán patea al otro en los güebos, me jala del brazo y ambos salimos corriendo del bar. Yo, por supuesto, dando tumbos.
7.2 El sol se esconde en la bahía “Los alebrijes”, observo el horizonte sentado en la arena junto a Claudia y casi no hay gente en la playa. Me mira tocando mi hombro, me toca levemente el cabello y acaricia mi cuello.
—¿Y esta cicatriz?
Silencio.
—¿No me quieres decir?
Silencio.
—¿Por qué nunca me cuentas de tu vida?
—Esta es mi vida.
—¿Y antes?
Silencio.
—¿Es algo tan malo que no puedes decirme?
—¿Te refieres a mi vida o sólo la cicatriz?
Encoge sus hombros y observa el horizonte apoyando la barbilla sobre sus manos entrelazadas. Miro su perfil, su piel tostada y su mirada pensativa. Ella me mira, me da un pequeño beso y vuelve al horizonte. Toco su cabello, suspiro hondo y, con mucho esfuerzo, finalmente le digo:
—Fue un disparo.
Las olas rompen a la distancia.
—¿Quieres saber por qué?
Me observa, vuelve a besarme y niega con la cabeza.
—Hoy no.
Regresamos a su casa, una pequeña cabaña donde yo me quedaba. Nos quedábamos, estábamos y, más aún, nos amábamos. El mar, el cielo y la playa eterna por su ventana. Ambos mirábamos el techo desnudos y compartíamos un cigarro liado cuando finalmente me atreví:
—Ya no voy a trabajar con tu padrino.
—¿Por qué?
—No puedo… Ayudarle. Ayudarlo en lo que quiere.
—¿En qué quiere que lo ayudes?
—¡El capitán está obsesionado con una ballena!
—¿Y?
—¡La quiere matar!
Claudia ríe tras una pausa, me saco de onda y me pongo de pie:
—¡No es broma!
—Lo sé.
—¿Y por qué te ríes?
—Ven, siéntate.
—¡No!
—Te ves muy bien desnudo.
—¿Qué?
—Ven, siéntate.
—Primero dime por qué no estás tan molesta como yo.
—Siéntate y te explico.
—Dime.
—El capitán tiene un problema, tú sabes…
—¿Qué tiene que ver su alcoholismo con las ballenas?
—No sólo es alcoholismo.
—¿Entonces?
—Tiene un problema más grave. Cómo decírtelo…
—¡Dime!
—Está loco.
Silencio.
—Desde niño tiene esa ridícula obsesión con una dichosa ballena que, según él, tiene una media luna en su cola. Mi madrina me lo contó todo, el brutal golpe en la cabeza se que dio cuando perdió a sus padres en un naufragio y sus frecuentes altibajos.
—¿Está loco?
—¿No has notado que habla solo?
—Eso qué tiene. Yo también lo hago.
—No como él, te lo aseguro.
—Yo lo veo bien, digo, salvo por su locura de cazar a esa ballena pero… En lo demás lo veo bien.
—Tienes poco de conocerlo. Con el tiempo verás.
Finalmente me siento a su lado, me llevo las manos al rostro y aspiro hondo.
—Pero no tienes nada qué temer ¿eh? Mi padrino estará loco pero es inofensivo.
Me descubro la cara, la miro e intento aclarar:
—¿Dices que trae el cuento de la ballena desde niño?
Ella asiente.
—¿Y que desde entonces afirma que dicha ballena tiene una media luna en su cola?
—Sí. ¿Por qué?
Me pongo de pie, camino a la ventana lentamente sin dejar de mirar el mar y, luego de confirmar mi recuerdo varias veces, volteo a verla para decirle:
—La ballena que vimos ayer tenía una media luna en su cola.
Continúa 8
Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".