El último debate de los presidenciables decepcionó. La razón es que los candidatos deben estar exhaustos por tantos actos de campaña, viajes, por repetir como loros los mismos lemas de campaña y hasta las mismas frases. Así, lo visto anoche resultó más propicio para arrullarse que para informarse y tomar con seriedad la decisión política más trascendente de la historia del México contemporáneo.
Al principio parecía acertada la idea de trasladar el evento a la blanca Mérida, pero gracias a la ridiculez del INE por imponer el traje oscuro como atuendo obligatorio significó, en términos de imagen y de prepotencia, la confirmación de que prevalece el centralismo autoritario de los funcionarios de la capital federal; olvidaron el respeto a los símbolos de la región representado en la elegante y cómoda guayabera (inmortalizada por Echeverría en los setenta) y, de esa manera, el esfuerzo por llevar a los contendientes al Gran Museo de la Cultura Maya y descentralizar la confrontación en una región tan rica en cultura y belleza en el paisaje sólo sirvió de simple pretexto para gastar los generosos viáticos otorgados por el INE a los equipos de campaña y hacer turismo electoral con la subvención federal para la compra de boletos de avión, hotel y muuuchos taquitos de cochinita pibil que atragantaron a los hambrientos acompañantes de los candidatos.
Una vez instalados, cada presidenciable buscó fortalecer su percepción con el votante. El Bronco se vio más bronco, sólo le faltó el sombrero de vaquero para lucir como todo un cowboy del Cerro de la Silla; pese a ello, en su porte y actitud fijó la pose del ranchero autoritario y necio, que tuvo el acierto de llevarse la pesada noche con buenas y divertidas puntadas. “Dénse un beso”, “flojos, inútiles que viven en el sistema de partidos”, así se dedicó a colocar frases e ideas que son coherentes con su particular forma de entender la política: fomentar la educación con técnicos profesionales y platicar con el maestro porque “los políticos se han olvidado de hablar con ellos”, aclaró. Su semblante, a diferencia del más pálido del grupo, nunca pareció desesperado por agradar a la audiencia, al contrario: arrancó risas a sus compañeros y al público del país. En otro momento de sinceridad, de forma muy honesta y respetuosa, preguntó a López Obrador (al que le dio trato de presidente electo): “No te lo pregunto de mala leche: ¿piensas así de los maestros o sólo del SNTE?”. Al final puso la cereza en el pastel al recordar que allá en Nuevo León el programa llamado FBI (Facebook Bronco Investigation) le ha dado muy buenos resultados. Nadie pudo contener la carcajada.
Por su parte, López Obrador, sin la mínima pretensión de agotarse y desgastarse luego de encontrarse con una cómoda ventaja de hasta 30 puntos, sostuvo un momento de efímero combate con Ricardo Anaya, quien lo acusaba, como si en ello le fuera la vida, de haber beneficiado a contratistas en su gobierno cuando se construyeron los segundos pisos del Periférico. Relajado y sereno, el líder de las encuestas fue cuidadoso en no responder al agresivo reclamo de rey del jaripeo, el trompo y las naves industriales. Despertar el recuerdo de aquel 2006, cuando el odio de clase de la COPARMEX, Calderón y la complicidad de los medios se confabularon para bajarlo en las preferencias NO era opción, Ricky Canayín no se salía con la suya, habían sido infructuosas sus páginas de internet, cartulinas, oficios, la bendición de su hijo Mateo y el amor que Tata Diego Fernández de Cevallos le profesa siempre.
Ricardo Anaya en esta ocasión lució desesperado por presentar propuestas, bajar impuestos, regalar tablets y celulares, utilizó sus malas artes y su relación con su amigo, al que llamó Dr. Curzio, para conectar con los milenials y enseñarles gráficamente lo que un celular puede ayudar al diabético y al campesino que tiene una red 4G en el olvidado campo mexicano. Ya entrado en gastos, se fusiló la oferta de López Obrador de “nunca más rechazados de las universidades públicas”, otorgar el salario mínimo universal y garantizar el derecho a la salud en un programa que ni Obama lo tiene.
El delicado rubio queretano, sin desordenar sus cartulinas que le sirvieron para dos pepinos, se le fue a la yugular a López Obrador, se dio valor para darle un repasón a Meade y como es su costumbre, aplicó la arrogancia y prepotencia para desviar las respuestas a las preguntas directas del moderador y en cambio imponer su agenda a los bipolares conductores que nunca pudieron contener al Chico Maravilla, pero que al Bronco hasta le dieron una regañiza a nivel nacional. Sin pena ni gloria, Ricardo Anaya se colocó frente a la cámara central para afirmar, como víctima de una violación tumultuaria, que el gobierno de Peña Nieto había confabulado contra él cuando afirmó que llevaría a la cárcel a los funcionarios corruptos del sexenio, incluido su adversario, José Antonio Meade y el mismo presidente.
Por su parte, un relajado Meade, quien sigue sin aprender que en la política y el futbol hay fuera de lugar, felicitó en el primer debate al equipo campeón de la Liga Mx, Santos de Torreón, y repitió la pifia en su arranque frente a la audiencia televisiva, pues se dio el tiempo para desear el mejor de los éxitos a la Selección Nacional en su juego contra Alemania, confirmando que lo suyo es llegar tarde a la jugada. La moderadora había preguntado su postura sobre la mujer en la política, a lo que Meade le dio vuelta y sin capacidad de improvisación prefirió hacer un homenaje en vida al masculino equipo tricolor.
Así el panorama, lo que resta será buscar a los indecisos, que a estas alturas de las campañas no deben ser muchos, y fijar los últimos mensajes para dejarlo todo en ese momento previo a la elección, en el que se analiza y se reflexiona el voto. Con las cifras tan optimistas para López Obrador, pocas sorpresas pueden tirarlo de las preferencias electorales. Sin embargo, todo es posible en la lucha electoral. Veremos.
Por: Mario Ortiz Murillo
Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.