La trampa socrática consiste en despertarnos el ansia de generalidad o, en otras palabras, el filósofo metafísico que hay en nosotros. Maldito Sócrates y su retadora seducción de universalización. “¿Ya ves que no puedes?”, nos dice el maestro y, como un explosivo efecto, la historia de la filosofía occidental como el eterno intento, inocente e ingenuo, de demostrarle lo contrario.
—¿Tienes hambre? —me pregunta Marion cuando miro la ciudad por el ventanal de la casa en el Ajusco, asiento y la sigo a la cocina donde comemos pan con diversos quesos mientras platicamos brevemente de teatro. Hasta que llega su amiga Rita con el perro labrador y nos pide acompañarla a la fiesta de sus vecinos.
Un jardín en medio del bosque alumbrado por bonitas lámparas poblanas, una fogata a punto de rendirse y la noche estrellada a nuestras espaldas. Un grupo de diez hombres y mujeres platicando de poesía, su autores favoritos y el influjo de las drogas en su estilo. Qué güeba, dejé de escucharlos y, poniendo de pretexto la monumental vista de la ciudad, me alejé para estar solo.
Tenochtitlán es un oscuro lago invadido por una infinidad de luces vivientes, oscuros espacios a lo lejos y, solamente perceptible para mí, los primeros tonos del amanecer en lo que seguramente es Iztapalapa. Llega el perro y, luego de olerme la greña, se sienta a mi lado poniendo su cabeza sobre mi pierna para que lo acaricie.
—¿Cómo dices que te llamas? —le pregunto, éste me mira y simplemente jadea como si me sonriera—. Eres un perro muy mono. Un perro muy, pero muy mono. Me recuerdas a Puerquito (mi perro de niño), cuando era otro, cuando era… No sé ni lo que era, pero no era lo que soy ahora. ¿Cómo explicarte? Pienso en mi discurso en el rave y, no mames, esas cosas sólo las hacía mi hermano. ¡Yo jamás! Me pasé de lanza. Como si una parte de su espíritu (dionisíaco) se hubiese refugiado completamente en mi ser (apolíneo). Pero ahora ya no sé quién soy. ¿Ser o Devenir?
—¿Y por qué no los dos?
Como en el mundo presocrático, donde ambos modos de ser se funden en cada una de las propuestas resolutivas ante la pregunta sobre la unidad esencial en la multiplicidad. Cada filósofo lo hacía de una manera individualmente creativa, según la particular naturaleza de su cuerpo (emociones) y proceso mental (razones) en una armonía apolínea-dionisíaca. Antes de Sócrates, a nadie le preocupaba si su dogma era diferente o incompatible con el dogma de otros, pero el maestro pone a todos en crisis porque nos demuestra que ninguna de nuestras ideas es universal.
—¡Y ahí está la trampa! —grito de repente y el perro ladra emocionado—. ¿Verdad que sí, hermoso —le digo acariciándole las orejas—, verdad que sí?
Los griegos no tenían que haberse preocupado por eso y, ante los cuestionamientos de Sócrates, debieron haber sido fieles a su instinto e intuición inicial y, en vez de seguirle el juego de su trampa generalizadora, replicarle algo así como:
—Pues me valen madres tus contraejemplos, me vale una chingada que la caracterización de mi concepto implique contradicciones y me vale verga que no tenga validez universal. ¡Es mi idea y de nadie más! Y si a alguien no le gusta mi postura filosófica, ¡no me importa! Es mi postura.
La idea, como ejemplo de interpretación no-metafísica, es que no importa que tu definición no pase la prueba socrática, a menos que estés interesado en que a todos les guste.
—No mames, pinche Nietzsche —le reconozco—, te la rifaste. Esto está muy cabrón.
—Ich weiß es! —responde soberbio.
—¡Sócrates es fundamental en la historia del Espíritu! —nos reprocha Hegel—. ¡El parte-aguas del mundo griego!
Efectivamente, los presocráticos pretendían el ser del ente en cuanto a ellos (en cuanto a mí, i.e., la propia idea) y llega Sócrates y convence a todos que su ser (en cuanto a ellos) no es en cuanto tal. Entonces todos quieren generalizar sus conceptos y, voilà, la filosofía como el modo de ser (del ser humano) que pretende el ente en cuanto tal. Ya no más el ente en cuanto a mí, pues dicha pretensión no puede ser, ni tiene sentido que sea, universal. Excepto, quizá, para los dictadores.
Por ello se rompe la armonía entre cuerpo y alma, entre lo espiritual y lo físico, y el impulso vitalista que tanto encanta a Nietzsche se fue diluyendo en dicha división provocada por un ansia de generalidad recién despertada por el abuelo de la metafísica.
—La metafísica es la historia de un error —me dice Nietzsche a quien, luego de agradecerle dejar de gritar cada vez que hablamos, le respondo que dicho concepto de metafísica es también metafísico y que, inspirándonos en su propia filosofía del devenir, habría entonces un concepto de metafísica desde dicha perspectiva (no-metafísica), así como de todos los demás términos tradicionalmente metafísicos, e.g., idea.
—Y esto es lo que, creo, actualmente defiendo.
Se queda observando el horizonte y, después de algunos momentos de tenso silencio, nos pide dejarlo a solas. Hegel se va, yo me pongo de pie seguido del perro color miel y regreso a la fogata, empero, la luz del sol saliente me sorprende y torpemente me percato que ya amaneció. Sólo encuentro a Marion bebiendo una chela y fumando un cigarro.
—¿Y los demás? —le pregunto.
—Se acaban de ir todos a Xochimilco.
—Órale.
—¿Querías ir?
—Nel.
—¿Dónde andabas?
—Por aquí cerca, pero él —refiriéndome al perro que mueve la cola de contento— estaba conmigo.
—Con razón —dice al acariciarlo—. Rita lo estaba buscando.
—Yo creo que ya le caigo bien.
—Vámonos.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunto mientras nos encaminamos.
—Dormir, me estoy muriendo de sueño. ¿Tú no?
—No.
—Pues a ver qué hacemos contigo —me dice riendo—. ¿Verdad, Bruno? —le dice al perro que nos viene siguiendo.
¡Guau!
Continúa 121

Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".