Aislado, escondido y, no obstante, felizmente taciturno en mi oscura soledad impasible por el silencio de las voces ajenas. No estás solo. Quiero estar solo. Me han castigado nuevamente en la torre Oeste y, mientras contemplo por la ventana a mis compañeros irse con sus respectivas familias, comienza a llover fuertemente. Mírame. Un viejo espejo al fondo del pasillo. Mírate. Me acerco, me observo y, desenfocando mi espíritu, me sumerjo en mis ojos.
—Este encierro trascenderá tus miedos —me dice el reflejo, siento un intenso escalofrío y, de forma insospechada, siento una mano en mi hombro.
Mi llegada al internado Humboldt, en Lake Tahoe, fue causada por los efectos del propio testamento, la mano muerta de mi abuelo decidía sobre mi futuro y, sin poder resistirme jurídicamente a su voluntad, tuve que resignarme y viajar a los Estados Unidos para terminar la preparatoria. Otra condicionante, además de la mayoría de edad, es que no podré tocar el dinero hasta terminar mis estudios, forzosamente, en dicha escuela.
Tres años que, sinceramente, más que recordarlos cronológicamente, los evoco temáticamente, e.g., el racismo. En México me decían “güero” pero allá era un “indio peligroso” sólo por ser latinoamericano. No eres indio. Quiero ser indio. Otro tema fue la religión, los rituales de la escuela y mis involuntarios ataques a todo fundamento religioso. ¿La muerte de Dios? La muerte de todo autoritarismo. ¿Ya no crees en Dios? Nunca he creído en Él. ¿Y por qué lo mataste? Fue sin querer. ¿Así como pasó con aquel chico? Yo no lo maté.
La primer semana no crucé palabra con nadie, me alejaba de todos saliendo de clase, en los descansos y las comidas y, al parecer, ello molestó al líder de un grupo clandestinamente neonazi. Joseph Kalten era alto, rubio y de ojos azules. Un cliché del “verdadero alemán”, empero, nuestro compañero racialmente perfecto tenía un desperfecto. No veía bien y, para no sentirse menos, ocultaba sus lentes. Su patético hábito detonó la importancia de nuestro primer encuentro:
Me formo en la barra plateada del comedor y, mientras espero que me sirvan la bazofia que nos dan de almuerzo, Kalten me empuja.
—¿Tú eres el mexicano? —me pregunta en inglés y lo miro de arriba a abajo, sólo asiento y, pacientemente, sigo esperando que me sirvan. Inesperadamente, me toma por la espalda haciéndome una llave china—. ¡Regresa a tu país de mierda, maldito frijolero! —Y me avienta contra otros chicos haciéndoles volar sus charolas.
¡Fight, fight, fight!
—Yo no quiero pelear —aclaro, me levanto y quiero retirarme pero no me dejan. Se ha formado un círculo en el que todos pretenden que luchemos a muerte.
—¡Entonces regresa a tu maldito país!
—That’s what I want!
Apenas termino mi frase cuando recibo un brutal puñetazo en el rostro que me deja bastante mareado, sin embargo, me mantengo en pie y, conforme me recupero y todos gritan emocionados, me paro frente a él y lo enfrento con las manos abiertas como luchador. No es el dolor lo que me da fuerzas sino el orgullo.
—¡Maldito mexicano! —exclama y, como un tanque de guerra, se deja ir contra mí.
Intento esquivarlo pero logra golpearme el estómago, me obliga a doblarme y me falta el aire. Levanto la cara, vislumbro una sombra y me impacta una patada voladora. Quedo de rodillas con la nariz sangrando, Kalten me toma del cabello y me propina otro puñetazo. Quedo en el piso boca arriba, muy mareado y, a pesar de todo, distingo sus intenciones. Se sube a una de las mesas y, presumiendo primero sus músculos, se prepara para aventarse sobre mí.
¡Kill him, kill him, kill him!
Se avienta para rematarme con un mortal codazo, logro esquivarlo (rodando con mucho esfuerzo) y Kalten se rompe el brazo.
—¡Aaaaaaaaah!
Y, sin darse cuenta, sus lentes salieron volando. Los tomé con discreción justo antes de que llegara Higgins, el prefecto de primer año. A mí me llevaron, aún sangrando, a la oficina del director. A Kalten lo llevaron a la enfermería, luego al hospital y, finalmente, a su casa en Texas.
—Este encierro trascenderá tus miedos —me sigue diciendo el reflejo.
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Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".