El método

La elección del candidato generalmente obedece a fórmulas que no siempre resultan transparentes. ¿Cómo promover la participación democrática, si quienes deben decidir quién representará los colores de un instituto político establecen condiciones ambigüas y perversas en el método de selección del candidato?

El PRI, el partido más longevo, construye con los diversos sectores un rito que obedece a la mejor tradición del caudillismo revolucionario. Es el presidente de la República el único elector, una vez cabildeado entre el sector popular, obrero, campesino y patronal, se instaura un sistema que unifica la única opción a fin de evitar cualquier ruptura y contienda interna.

Los aspirantes son consultados en un enorme sigilo. El hermetismo de la cúpula hace imposible cualquier filtración que intente contradecir o generar incertidumbre sobre el elegido, el que goza por las reglas no escritas del evangelio del sistema político mexicano de la aprobación del presidente de la República.

El método tricolor se sustenta en la disciplina, en la obediencia ciega y, como ocurrió hace unos días, en acatar, aun sin la convicción de que el elegido sea el mejor cuadro del partido.

En el método perfeccionado a lo largo de décadas, el PRI ha creado una escuela sólida de enseñanzas de cómo cuidar las apariencias ante la crisis interna, de apego al rito de aparecer siempre solidario en torno al elegido por la cúpula.

Las divisiones se resuelven en la negociación interna, con acuerdos que no trascienden en los medios, sólo los afectados por la decisión negocian siempre en beneficio de los intereses del partido. Porque en el priísmo, nadie está por encima del partido.

En el PAN ha prevalecido una tradición democrática en la elección del candidato. Los consejeros ejercen el sufragio y los aspirantes hacen campaña para lograr la aprobación mayoritaria. Así, se han construido candidaturas muy sólidas donde la participación abierta de la militancia legitima al ganador interno. Josefina Vázquez Mota, Felipe Calderón, Diego Fernández, por mencionar algunos, lograron la candidatura convenciendo a las bases azules. Sin embargo, el método varió en el 2000, cuando el aspirante Vicente Fox, con el uso efectivo de la mercadotecnia y de técnicas poco ortodoxas, se montó en una candidatura que lo alejó del dogma del método tradicional de escrutinio.

Ocurrió lo mismo en la actual coyuntura: Ricardo Anaya pisotea el método e inventario para desconocer a los adversarios que quisieran competir dentro del partido, simplemente a título personal y basándose en artimañas logró convertirse en la figura más visible de Acción Nacional a través de utilizar los tiempos oficiales asignados por el INE para autopromoverse y posicionarse como una persona conocida a nivel nacional. Si esto no fuera suficiente, arrinconó a notables del panismo en una disputa donde ya no bastaría ganar con la militancia, ahora tendría que ser con el consenso de dos partidos adicionales, que están en el extremo de las posturas y principios a defendido por siete décadas.

El próximo 11 de diciembre el Frente tendrá que definir el método de elección del candidato de la alianza PAN-PRD-MC, el problema es que éste no existe, es una ardid ideado en lo oscuro por Ricardo Anaya, Alejandra Barrales y Dante Delgado.

Los tiempos han rebasado cualquier intento por transparentar el proceso, de esta forma las viejas formas heredadas por el PRI, por ejemplo la concerta-sesión o la negociación en lo oscurito – otro de los eficaces métodos del octagenario priísmo- serán resucitados por los negociadores de las tres franquicias políticas.

El INE peca de ingenuo cuando reclama el método de elección; en México el método ópera de formas muy sui géneris, especialmente cuando la ambición personal supera el proyecto democrático.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.