Ser y Devenir 83

Llueve. ¿Dónde estás? Voy a buscarla, sin taparme del agua y recibiendo, serenamente, la lluvia en todo mi cuerpo. Escucho pasos a mi lado, me detengo y volteo. El silencio de las piedras, sólo la lluvia marcando el ritmo desde el cielo hasta la tierra. Sigo caminando y los pasos se repiten a mi lado, luego de unos minutos me detengo y pregunto abiertamente al desierto:

—¿Quién eres?

Silencio.

—¡Quién eres! —insisto.

—¿Ya no te acuerdas de mí? —responde Gerona, la busco con mi vista y la encuentro a poca distancia sentada y recibiendo la lluvia en su cara—. ¿Sigues racionalizándolo todo, filósofo?

—Por momentos.

La lluvia continúa sobre nosotros, yo de pie y ella abrazando sus piernas.

—Me gusta la lluvia sobre mi rostro —me dice, voltea a verme y, con la voz cortada, continúa:

—Así mis lágrimas se ocultan en la confusión del agua.

Y llora.

En ese instante dejó de llover.

La noche introduce la poderosa entrada de la luna, primero como un ojo desde el cielo que nos observa, luego como una pantalla donde, ante mi preguntar sobre el misterio de la evolución, se proyecta la historia de la humanidad.

Tuve que sentarme para apreciar la respuesta del firmamento expresando su sabiduría poética en la inmensidad del pensamiento. ¿Cuál es el origen de la vida? ¿Una chispa, un rayo o una centella? ¿De dónde provino toda esta magia? ¿Y el proceso que culmina con la aparición del homo sapiens? ¿Otra chispa, otro rayo u otra centella? El dedo pulgar, el cerebro o el lenguaje pueden explicar ciertos saltos en la evolución, ¿pero cuál fue realmente el origen de dichos factores que explican, teóricamente, el desarrollo del ser humano? Mientras pensaba en todo ello y cavilaba sobre el factor que detonó, particularmente, el carácter inquisitivo, Gerona me dijo (como si estuviese escuchando mis pensamientos) categóricamente:

—Fueron las drogas.

La volteo a ver, se pone de pie y camina hacia mí para sentarse recargando su espalda con la mía, apoyando nuestra cabeza en el hombro del otro. Huelo su cabello y sonrío.

—Me refiero aquellas sustancias naturales —continúa—, sin el carácter peyorativo, dependiente o adictivo que acompaña su concepto en la mayoría de los usos del lenguaje. ¿Sí me entiendes?

—Simón.

Ella suspira hondo, su cuerpo se estremece con un escalofrío que alcanzo a sentir y, tocando mi mano, me dice:

—Gracias por traerme.

—Gracias al peyote por recibirnos —contesto nervioso.

—Ahora entiendo tu locura hegeliana. Sólo aquí se tiene conciencia holística de la naturaleza y se comprende cabalmente lo pequeños que somos. Toda filosofía individualista se desvanece en este hermoso desierto.

—¿Ahora quién está racionalizándolo todo?

Ella ríe:

—Es mi primera vez, apenas me estoy familiarizando y un análisis primigenio es parte del proceso de asimilación y entendimiento.

—Esa es una respuesta muy racional.

—Pero no lo hago todo el tiempo como un chiflado que acabo de conocer.

Ambos nos echamos a reír y, finalmente, nos quedamos mirando el cielo, las montañas y las luces del viaje que aparecen constantemente en todos los rincones del desierto; recargando nuestra alma desnuda el uno con el otro en el rincón más cercano al corazón del universo.

¿La dialéctica de Hegel es un método arbitrario o la lógica de la naturaleza? La concreción es, aparentemente, la historia del espíritu (Geist), la supuesta teleología de la historia pero ¿hay un progreso en el desarrollo de la humanidad? ¿Y qué significado de ‘progreso’? ¿A dónde vamos según su concepto? ¿Y, realmente, vamos a un determinado fin?

—La libertad —tartamudea Hegel.

—¿Estás bien? —le pregunto.

—Sí, sólo es lo amargo del peyote.

—Bueno, si tu historicismo no reside en la voluntad humana y, por consiguiente, ningún individuo genera por sí mismo el cambio dialéctico, ¿qué sentido tiene (para mí) dicho concepto de libertad?

—El absoluto.

Sentí un temible conservadurismo en el trasfondo filosófico de su pensamiento, vi sus ojos y, por un segundo, vi los ojos de mi padre, de mi abuelo y, aunque nunca lo conocí personalmente, de mi bisabuelo que tenía barba de Venustiano Carranza. Mejor cerré los ojos.

—Despierta… —me dice Gerona.

—Estoy despierto.

Abrí los ojos, me reconocí en sus lindos ojos moros y sonreí al ver su sonrisa contempladora.

—Llevo mirándote como media hora. ¿Tenías pesadillas?

—Aún no lo sé.

Comenzó a aumentar el viento y agravar el frío y, luego de casi suspirar al mismo tiempo, regresamos al campamento deteniendo por instantes nuestro paso cuando las líneas de fluidez aparecían, las flores brillaban o algún misterioso ser se movía en medio de la noche. A lo lejos se escuchaban los coyotes.

—¡Mira!

Las nubes forman nuestras proyecciones ideales-reales y, significativamente, nuestros problemas en el contexto social se disuelven en nuestra mente como la síntesis en esta trascendental experiencia.

¿Una proposición, afirmación o enunciado puede ser verdadero y falso al mismo tiempo? Según Hegel, aunque hay que aclarar que estamos, entonces, bajo otra caracterización de dichos conceptos, i.e., el concepto dialéctico de verdadero y falso.

La fogata en brasas, eché más hojas de yucas secas que se avivaban en fragmentos color naranja y puntas rojas como estrellas que parecían elevarse hasta los límites del espacio exterior.

Nos sentamos y, luego de observar mucho tiempo las llamas, me pareció ver el rostro de Marx entre las llamas. Miré fijamente y ahí estaba, sentado en un sillón y bebiendo. Me mienta la madre, ríe y sigue bebiendo. Está borracho, me enseña un libro de Hegel con el que se frota el trasero y me lo avienta. Parpadeo como reacción, me tallo los ojos y vuelve a aparecer, ahora bailando; vuelve a mentarme la madre y…

—¿Por qué me defendiste? —me pregunta Gerona refiriéndose a la fiesta precedente al viaje.

—Te estaban molestando.

—Eso ya me lo dijiste. Yo quiero saber por qué lo hiciste.

—Ya te dije.

—No “el por qué” del deber ser sino del ser.

—¿Mi ser?

—Tu ser.

No sé qué decirle, ya le contesté pero ni a mí me satisface dicha respuesta. La defendí porque, como el pasado terremoto y todos los terremotos juntos, ella mueve en mí cuerpo-espíritu todo lo sensible, sentimental y emocional que hay en mí. Sin embargo, no puedo decírselo; sí quiero pero no puedo.

—Me da miedo —confieso.

—¿No que ya no tenías miedo?

—De escribir.

—¿Y ahora?

—De lo que pueda llegar a sentir.

Gerona se me queda viendo, observa mi rostro, mis ojos y toca mi cabello, toma una de mis manos observando mi boca, mi nariz y toca suavemente mi cuello. Me observa, me ve y no deja de mirar mi ser, mi no-ser y mi no no-ser. Soy el mismo, pero otro; la afirmación de mi ser pero en otro nivel de pensamiento y, por tanto, realidad. La afirmación en otro nivel de autocomprensión.

El ejemplo paradigmático de la dialéctica es el viaje del peyote. Primero, A como el ser que llega al desierto; segundo, el peyote lo niega como A, es decir, sólo como el ser que llegó al desierto; tercero, la experiencia trasciende la negación de A y, cuando el viaje se completa, la síntesis afirma nuevamente A pero en otro nivel del pensamiento dialéctico: A’.

Soy el mismo físicamente (sin caer en los extremos de Heráclito) pero otro metafísicamente.

 

Continúa 84

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".