Terminó la función de teatro y, luego de muchos aplausos en que cerré los ojos mientras luces de nuevos colores tintineaban en mi mente, todo el público salió. Menos yo. Permanecí en la butaca mirando el escenario, pensando, reflexionando, suspirando por una sensación aún sin nombre. Un punto de quiebre más allá de Heráclito.
Me quedé esperando para conocer a la actriz, sin embargo, la misma espera me hizo dudar de mí y sentí que estaba haciendo el ridículo cuando la señora de limpieza me reclamó:
—¿Qué hace aquí? Ya no puede estar aquí.
—Estoy esperando a…
—Eso es afuera, en el lobby. En el teatro ya no hay nadie.
Cuando salí ya no había gente en el lugar, la cafetería estaba cerrando y las taquillas tapiadas. ¿Ya se fueron todos?, me pregunté y, como si me hubiese escuchado el pensamiento, la señora de la limpieza me sorprendió por la espalda, respondiéndome:
—¡Ya! Usted es el único que sigue aquí.
Tenía razón, al salir del complejo cultural miré mi reloj y había estado más de una hora esperando en las butacas. Otra vez los problemas de percepción del tiempo. Estoy jodido, una medicina me cura de una cosa pero me apendeja en otra.
Regresé en taxi, entré a mi casa y, sin prender las luces, me senté en medio de la estancia vacía en silencio. La misma oscuridad que la celda de castigo. Sólo con cerrar los ojos recuerdo esa etapa de mi pensamiento. En la celda sólo había oscuridad y silencio.
Me quedé dormido recordando y, felizmente, soñé con mi experiencia en el teatro, mis manos ansiosas y mi rostro atento a todos los movimientos. Mordiéndome las uñas por el suspenso, mi sonrisa por ella y mi júbilo en aumento. Se desnuda espiritualmente, me enamora místicamente e inspira a todas las mujeres metafísicamente. En el clímax quedé en shock y, cuando acaeció la resolución, escuché los versos del universo. La comprensión ontológica.
Me despierta un terrible dolor en la rodilla izquierda, me desciende la sangre y despierta por completo la sensación punzante en mi articulación inflamada.
¡Ah! —mi desgarrador grito.
Es el exceso de ácido úrico en la sangre, por beber cerveza y comer mucha carne, si dejara de consumir ambas cosas ya no tendría los ataques de gota. Los diminutos cristales. Llegan sin menor aviso, la inflamación generalmente comienza cuando uno duerme y el dolor es un horrible despertador, la conciencia intencional del dolor. A muchos se les inflama el dedo gordo del pie, el pie completo, el tobillo y hasta el codo; pero en mi caso siempre es una de las rodillas. El ataque, es decir, la dolorosa inflamación de la articulación, puede durar desde un día hasta un mes, variando en dicho lapso sus intensidades. Una vez, una vez el dolor fue tan maldito, pero tan maldito que me hice un corte en la mano para sentir el dolor en otra parte.
Apenas pongo mi pie en el piso y el dolor no me permite apoyarlo, ni siquiera, para dar un sólo paso. Cojeo para trasladarme al baño, lentamente y quejándome como el ser más vulnerable de la tierra; al llegar resbalo y fuerzo la rodilla. Grito como loco en el suelo y, luego de desahogarme recuperando, poco a poco, la serenidad y respiración, me reincorporo lentamente. El espejo me mira fijamente y se burla, yo miro mis lágrimas y bajo la mirada quedando cabizbajo. Una medicina me cura de una cosa pero me apendeja en otras.
Pasaron los días y, lejos de mejorar, el dolor aumentaba y mi rodilla no se desinflamaba. Estuve una semana sin poder caminar, enclaustrado en mi casa y yo desesperado, desesperado como loco por regresar al teatro.
Tengo que verla otra vez.
Continúa 68
Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".