Mientras el PRI da inicio a los trabajos rumbo a su XXII Asamblea Nacional en cinco mesas de debates previos, en el PRD la desbandada continúa. Es como si el barco se estuviera hundiendo en medio del mar y todos buscaran la puerta de salida para salvarse. Los pretextos sobran para que sus militantes más renombrados salgan ahora para incorporarse a MORENA, tal como lo han hecho Pablo Gómez y Leonel Godoy, dos de sus últimos líderes nacionales.
Lo lamentable de todo este proceso que ha iniciado rumbo a las elecciones generales de 2018, es que la clase política se proponga alcanzar el poder a toda costa y por cualquier medio posible, al margen de ideologías y principios, que ahora parecen nunca haber existido.
De aquí el surgimiento del Frente Nacional Opositor, el cual pretende sumar a todos los partidos y a todos los que estén en contra del PRI y su continuidad en el poder, pero sin ofrecer una verdadera alternativa de transformación de México y de incorporación de los ciudadanos al ejercicio del gobierno. El proyecto no es una mala idea, pero necesita proponer elementos revolucionarios para transformar a México.
El México de 2017 no es el mismo que surgió de la Revolución de 1910 y materializó sus seños de transformación en la Constitución de 1917. El país ha cambiado tanto como lo ha hecho el entorno internacional en el que se desenvuelve, de tal forma que la Constitución y las instituciones del Estado nacional, en las que se institucionalizó la Revolución de entonces, ya no responden a la dinámica en la que está inmersa la sociedad y la propia economía nacional.
Lo anterior implica, ahora con más razón, trabajar en la refundación del Estado, algo que a principio de este siglo planteó Porfirio Muñoz Ledo, uno de los disidentes del ala izquierda del PRI y luego fundador del PRD. El funcionamiento del Estado, con su estructura actual, entorpece la lucha contra la corrupción, la transparencia frente a los ciudadanos y la propia aplicación del nuevo sistema de justicia penal, porque las ideas nuevas chocan con estructuras del Estado, creadas para solucionar otros problemas en décadas pasadas y porque ni los mexicanos de hoy, ni sus problemas, son los mismos de los años setenta, cuando el presidente José López Portillo puso en marcha la primera reforma política que abrió las puertas a la izquierda en la vida nacional.
De aquí la importancia de pensar en propuestas más ambiciosas para ofrecer a los ciudadanos, sobre todo de los más de 55.3 millones de pobres del país, de los más de 36 millones de hombres y mujeres que siguen sobreviviendo en la economía informal, de los miles de profesionales que en su propio país no encuentran un empleo digno y están excluidos de la sociedad, mientras extranjeros con igual o inferior formación profesional ocupan puestos de directores generales, generales adjuntos o directores de área, en un gesto de generosidad del gobierno que excluye a los mexicanos en su tierra.
Para transformar al país, para refundar al Estado mexicano, es imprescindible revisar nuestra Constitución, base del Estado nacional y de las leyes que regulan la vida de los mexicanos. Por ello, si los partidos políticos, la clase política nacional, pretenden transformar al país, deberían pensar en la necesidad de instalar una constituyente que defina los nuevos rumbos por los que debe transitar México en este siglo que apenas comienza.
Si fuera así, lo importante no debería ser quién será el candidato a la Presidencia de la República, sino quiénes serán los mejores hombres y mujeres, preparados, capaces de realizar la histórica tarea de revisar la Constitución surgida de Querétaro en 1917, ahora desfigurada y desarticulada con las mil enmiendas que ha sufrido a lo largo de estos 100 años de existencia.
Si no se realizan propuestas contundentes a los ciudadanos y no se pretende avanzar para solucionar los problemas, seguramente de las elecciones presidenciales de 2018 surgirá de nuevo sólo un nuevo gobierno que continuará administrando lo que queda de un país descuartizado por las reformas y la liberalización de la economía. Con ello, la agudización de los problemas económicos y sociales, acumulados en la base de la sociedad mexicana, podrían servir de medio para revueltas populares que fuercen un cambio que ahora no se quiere dar.
Por: José Luis Ortiz Santillán
Economista, amante de la música, la poesía y los animales. Realizó estudios de economía en la Universidad Católica de Lovaina, la Universidad Libre de Bruselas y la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba. Se ha especializado en temas de planificación, economía internacional e integración. Desde sus estudios de licenciatura ha estado ligado a la docencia como alumno ayudante, catedrático e investigador. Participó en la revolución popular sandinista en Nicaragua, donde trabajó en el ministerio de comunicaciones y de planificación. A su regreso a México en 1995, fue asesor del Secretario de Finanzas del gobernador de Hidalgo, Jesús Murillo Karam, y en 1998, fundador del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.