Dejamos de ser niños cuando nos olvidamos de nosotros mismos
La teoría de los dos mundos, el físico y el metafísico, es la estructura mental de occidente. ¿Tienes la certeza o sólo hablas como otros rebeldes? Un error en la historia del pensamiento, según Nietzsche. ¿Y tiene razón? Tiene mucho sentido lo que dice. No confundas la persuasión. Sin embargo, de niño dicha teoría también tiene sentido. ¿Un nietzscheano platónico?, me dice burlonamente mi hermano. Más bien socrático. Esa es una contradicción. Tenemos momentos socráticos, momentos platónicos y momentos nietzscheanos. ¿Diferentes modos de ser? Diferentes juegos, por así decirlo. ¿Diferentes juegos o estrategias de juego? Distintas estrategias dentro de un mismo juego. ¿Distintas estrategias de qué? Del propósito de jugarlo, i.e., diferentes propósitos, entonces, diferentes estrategias de juego. Aún así es una contradicción. Todo es una contradicción.
—¡Mi perro! —le reclamaba a Héctor—¡Dónde está mi perro!
—¿De qué perro habla? —le preguntó el médico de guardia al entrar.
—No sé, doctor; yo no sé de qué habla —mentía.
—¡No te hagas, ayer te dejé a mi perro herido cuando vine con mi prima! ¡Tú le prometiste que lo curarías!
—¿Tú sabes algo de eso, Héctor?
—Bueno, es que…
—¿Dónde está su perro?
—Lo tuve que sacar.
—¡Adónde! —grité.
—¿Adónde lo sacaste? —le exigió el médico.
—En el basurero de aquí al lado.
Salí corriendo, di vuelta en la calle de Aranda y me colgué de un brinco en la orilla del enorme contenedor de basura. Ahí estaba, chillando y temblando, mojado pero despierto. Se me echó encima, me lamía la cara y lo abracé durante un buen rato. Estaba herido pero vivo, los dos vivos.
—¡Salte de allí! —me advirtió un pepenador.
Sin contestarle nos salimos y nos sentamos a unos metros del lugar. Puerquito aún se duele un poco de sus costillas inflamadas cuando ladra, pero está activo y de buena gana. Se ha recuperado pero aún le cuesta andar, lo cargo y nos alejamos caminando. Traigo la dirección del Ajusco y vengo armado, tengo que averiguar qué hay en ese lugar y luego regresar al vagón oxidado. Mis amigas, Samantha y la Ñera, ya me deben estar esperando.
¿Qué se siente ser un niño?, me pregunto mientras me recuerdo dirigiéndome a mi destino consciente y decidido. Nuestra estructura de entendimiento aún está incompleta, es decir, las condiciones biológicas aún están en desarrollo (aunque siempre están en constante cambio) por lo que nuestra percepción sensible es dominada por la intuición más que por la razón que el cúmulo de experiencias deduce. La inmediatez emocional es una de nuestras características, no así el cálculo racional sobre los efectos o consecuencias dentro de la colectividad, donde sólo el adulto concibe su individualidad. Los niños no tenemos problemas con ello porque nos domina la autenticidad, la legitimidad de nuestros sentimientos, sin importarnos en el fondo el qué dirán (sólo nos preocupa, en lo social, los castigos injustos de los adultos). Luego es el tiempo el que nos pone el gran velo, pesado o delgado, pero siempre un velo. ¿Y qué vemos a través de dicho velo impuesto? Aquello que los demás esperan de nosotros. El velo es el deber ser, no necesariamente moral, sino un punto de vista cínicamente racional y el olvido y/o rechazo de nuestra alma emocional. Dejamos de ser niños cuando nos olvidamos de nosotros mismos.
Agarré una mochila de entre la basura, escondí a Puerquito y me la eché en la espalda. Llegamos al metro Balderas y, con la dificultad de siempre, me pasé por debajo de los torniquetes, nos bajamos en la estación Insurgentes y procedimos de la misma manera para tomar el Metrobús, donde cuesta más trabajo esquivar la vigilancia. No obstante, llegamos sin problema hasta el última estación, El Caminero.
Camino durante un buen rato sobre la carretera libre a Cuernavaca, el hambre vuelve a pegarle a Puerquito que gime y chilla y, luego de estar por momentos muy inquieto, salta de la mochila. Lo sigo hasta un pequeño tiradero de basura a la orilla del camino y se da un buen atascón. Por ello su nombre. ¿Y tú? Yo no tengo hambre. Tengo el estómago cerrado y comienzan a temblar mis manos. ¿Estás seguro de lo que estás haciendo? Sí, aunque tengo miedo. ¿No que había algo más fuerte que el miedo? Es lo que me hace seguir caminando.
Llegué la colonia que tenía apuntada, recorrí tres cuadras hasta encontrar la calle de Morelos y seguí la numeración hasta que la presencia de varios automóviles me hizo detenerme a la distancia. Seguro es ahí. Nos retiramos a un terreno baldío que me permitía distinguir el movimiento y, al oscurecer, dejé a Puerquito para acercarme poco a poco. Llegué a la casa de al lado y, a punto de subirme a un árbol, me sorprendió mi amigo ladrando. No dejó de hacerlo y tuve que cargarlo, lo subí a una rama y luego me trepé yo. De ahí veía el jardín de la casa, vieja y casi abandonada; sólo había luz en el sótano que abarcaba todo el basamento.
Brinqué y, aunque caí de pie, la inercia me hizo dar una machincuepa en el pasto. Y Puerquito ladrando. Le pedí que se callara y, de repente, inexplicablemente, dejó de ladrar; sólo me veía moviendo su cabeza, y sus orejas, de lado a lado. Suspiré hondo y, con el corazón golpeando mi pecho con fuerza, me interné en la oscuridad de la noche y el estado de cosas.
A unos metros de la casa la luz casi me delata, entonces busco la zona menos iluminada y avanzo pecho tierra, arrastrándome hasta una de las ventanas del sótano. Me asomo un poco y, mientras el sudor brota de mi rostro, algo en mi pierna me hace brincar del susto. Es Puerquito, quien también brincó del árbol y ahora está cojeando. Lo cubro con mi brazo y vuelvo a asomarme por la ventana. Los cazadores de niños tienen secuestrados a varios niños, unos atados a camas y los más pequeños encerrados en jaulas. Esto es más grande de lo que pensaba. ¿Qué puedo hacer? No puedes hacer nada. Puedo avisar a alguien. Te matarán si lo haces. No puedo irme sin hacer nada. ¿Y qué vas a hacer? No puedo quedarme sin decir nada. ¿Y en quién vas a confiar? No lo sé, pero tengo que…
La sangre me desciende por completo, y me siento paralizado bajo un indescriptible estado de pánico, cuando descubro que mis amigas también están secuestradas.
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Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".