John Fitzgerald Kennedy es un icono del carisma presidencial junto con Jackie, su esposa. El expresidente de Estados Unidos lo tenía todo: carisma, juventud, atractivo… todo.
Su terrible asesinato dejó esa estela de sombras que se ha erigido en otros tantos crímenes de políticos en el planeta que no suelen ser esclarecidos y, pese a que se señala algún culpable, siempre es perceptible que se trata de chivos expiatorios que son parte de una cortina de humo.
Kennedy salió triunfante de la crisis de los misiles, caminaba por las calles de su país con soltura y gozaba del aprecio generalizado de sus compatriotas; era el icono del éxito, en definitiva era la imagen del político que todos quieren ser.
Junto a Jackie, John se veía imponente e impecable, el sueño americano se había cumplido y la pareja presidencial tejió un mito y un sueño que era aceptado por todos; se trataba de una realeza americana, eran la estela del cuento de hadas y poco faltó para que fueran parte del imperio Disney.
Pero detrás de todo este glamour, John tenía tempestades: era mujeriego y disipado, aunado al contrapeso de su familia que oscilaba en una especie de rancia rectitud, lo que le fraguó discusiones con su padre, madre y hermanos menores, entre los que destacaba Robert, que se erigiría como fiscal y que también habría de ser asesinado.
Hoy el clan Kennedy se encuentra prácticamente extinto, llegó a ser el ejemplo del poder y orgullo norteamericano, pero como todos los melodramas al estilo Hollywood, solamente quedó en eso, cuestión por la que el recuerdo de John sólo entraña una nostalgia melodramática para los que todavía creen en el sueño americano.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
