El asesino entre nosotros: Premio al Mejor Colectivo en el Festival Internacional de Teatro Universitario 2016-2017

Pocas obras han marcado en mí una huella de dolor tan profunda como El asesino entre nosotros de Mauricio Jiménez, dirección y adaptación de Carlos Corona y Alan Uribe Villaruel. La primera que vez la vi fue en la última función de su tercera temporada, en el Foro Rogelio Luévano, Casa del Teatro, me pareció excelente y desde ahí decidí seguirla en su siguiente temporada. Escribí una reseña y desde entonces no me he podido sacar la angustia de mi cabeza, a veces hago otras cosas y me olvido por momentos de la obra, sin embargo, todas las mujeres asesinadas diariamente me la recuerdan incrustándose en mi alma cada una de estas tragedias.

Quería conocer a la compañía, conocer sus razones y sentimientos sobre su trabajo actoral, la elección y preparación de su personaje, el equilibrio entre lo individual y lo colectivo, y su reflexión sobre el feminicidio. Quería conocer el subtexto. Debo reconocer que me llevé una feliz sorpresa con sus contestaciones.

Mi primer pregunta busca comprender el sentido racional, emocional y existencial de hacer teatro. ¿Por qué eres actriz/actor?

—Decidí dedicarme a este arte —dice Melissa Villareal— por buscar mi felicidad, porque fue el lugar donde me sentí plena y feliz. Me encanta la sensación de sentir nervios al momento de prepararme para hacer mi trabajo, esos nervios me ponen al límite y eso hace que saque lo mejor de mí. Soy feliz y esa es la razón principal.

—Trabajar directamente en el corazón —contesta Diana Nava— y en los pensamientos de las personas. El teatro me llena de sorpresas, me agita, me motiva, cuando veo teatro se me antoja estar ahí y hacer teatro, como ninguna otra cosa.

—Es una necesidad para el alma —relata Mariana T. Cantú—, el corazón y el cuerpo. La ficción me hace sentir plena y en constante movimiento interno. Me hace sentir viva y por eso hago esto.

—Fue por una intuición —cuenta Azucena Acevedo—, me da un sentido de pertenencia en este mundo. Me gusta exponer mis sentimientos e ideas ante una persona para que pueda sentirse identificado y quizá así sanar juntos. Creo firmemente en el teatro como un transformador personal para volverse social.

—Soy actor —dice Luis Arturo Rodríguez— porque tengo la firme creencia de que el serlo me da libertad. Porque me hace conocerme, enfrentarme, abrazarme y asumirme y eso me da libertad ante este mundo. Porque realmente siento que no podría hacer otra cosa, que estoy aquí para contar historias.

—Tengo siete años desde que tomé mi primera clase de actuación —me expresa Samantha Coronel—. Hace un año que terminé la carrera y, hasta hace unos meses, se me ocurrió que tal vez soy actriz por la profundidad e intensidad de las emociones. Siento que en la vida cotidiana muchas veces nos limitamos a sentir; lo que sea… Celos, ira, tristeza, alegría, amor. Siempre nos estamos protegiendo, tratando de no parecer vulnerables ante los otros y la ficción nos lo permite, el teatro lo pide. Y creo que es hermoso, adictivo, como si estuvieras en una montaña rusa, saltando al mar.

Efectivamente, el teatro los hace coincidir emocionalmente en razones y sentimientos, expresiones individuales que se funden en la existencia real de su colectividad teatral. Buscar la felicidad, trabajar directamente con el corazón, una necesidad para el alma, sentido de pertenencia y transformador social, la completa libertad, la profundidad de las emociones y la expresión auténtica de los sentimientos, intensidad sin límites.

Mi segunda pregunta aborda la naturaleza del proceso para la selección y desarrollo de su personaje. ¿Cómo llegó cada uno a éste y cuál fue el trabajo físico y mental para interpretarlo?

—Desde el principio los directores me guiaron en el camino —dice Mariana T. Cantú—. Me recomendaron referentes específicos. Aparte busqué y encontré los propios.
Una vez que los tuve claros, empecé a explorar física y vocalmente.

Mariana interpreta a La Chinche, personaje masculino en el texto original, dotándole de una fuerza ruda que también transmite una sensible vulnerabilidad, consciente del problema pero temerosa de un asesino con millones de caras.

—Mentalmente tuve muchas resistencias —continúa Mariana—, debo aceptarlo. Pero también debo reconocer que este personaje es muy generoso y no se puede abordar a medias tintas. Fue como echarse un clavado desde un trampolín de diez metros. O te avientas o te retiras.

—Uno no elige al personaje, él te elige a ti —me dice Samantha Coronel, quien su personaje no existe en el texto original, pero los directores crearon a la Primera víctima y al leer el texto adaptado ella supo que el nuevo personaje era suyo—. Y me dio miedo. Por una parte porque era un personaje inventado y la otra parte es que tenía miedo de que fuera demasiado para mí y no pudiera con él. Sin embargo, todo fluyó a partir del trabajo de mesa y los ensayos.

En cuanto a su preparación parte del cuerpo y sigue con diversas exploraciones, escuchar música, decir el texto de muchas maneras buscando el significado en cada palabra y en cada silencio. También le ayudó hacer una biografía del personaje.

—Y vuelvo a ella si siento la necesidad —continúa Samantha—. La conciencia y autoconciencia de género en un país tan violento y machista. Cada vez que vamos a dar función me digo “por todas las mujer que fui, por todas las mujeres que soy, por todas las mujeres que seré”.

Diana Nava interpreta a la señora Cruz (madre de Elsa), para quien fue una gran sorpresa la elección de su personaje:

—No lo sospeché ni por un segundo, la mayoría de las veces me han elegido personajes más jóvenes que yo, y ahora debía ponerme los zapatos de alguien con una vida al parecer a kilómetros de distancia de la mía, fue difícil, me dio miedo, pensé que no podría, mi proceso fue lento, pero no planeaba desistir. Primero me preocupé por parecer Doña Cruz, y eso ayuda bastante, pero no lo es todo, así que busqué acercarme a ella a partir de lo que pudiésemos tener en común, desde cosas sencillas como lavar ropa hasta cuestiones más profundas como la Fe en Dios.

Para tener más coincidencias con ella relativizó sus actividades y reacciones y también recurrió a la observación.

—Escribí por algunos días un diario de Doña Cruz —continúa— imaginé su vida de joven buscando ser ella hace muchos años, antes de ser mamá, incluso cuando se enamoró por primera vez, las dificultades a las que se enfrentó. Cada función es una aventura, pero eso sí, una vez estrenada la obra, me dí cuenta que está bien parecer, buscar ser, pero que primordialmente lo que tengo que hacer es “estar” ahí en ese momento, así, sencillo, son mis ojos, mis manos, mi cabello y dejar fluir lo que me provocan todos los estímulos a mi alrededor y los que me manda mi imaginación, que a veces no sé de dónde vienen, pero llegan. Es una gran experiencia en mi vida.

En el caso de Azucena Acevedo, el director Carlos Corona la llamó para integrarse al equipo:

—Lo primero que hice fue adentrarme al mundo de estas mujeres, que en realidad somos todas. Investigando acerca de estadísticas, datos crudos, historias reales, leyendo, viendo documentales y asistiendo a charlas sobre feminicidios y violencia de género.

A partir de ello comenzó  a concebir quién es Emilia y hacer un paralelo actriz/personaje.

—¿En qué nos parecemos? —continúa Azucena—. ¿En qué nos diferenciamos? ¿Qué nos duele? ¿Qué hemos vivido? Recorro mentalmente la vida de Emilia desde que supo que sería mamá hasta el momento de su asesinato. Veo, conecto y respiro con mis compañeros.

—El proceso fue largo y exhausto —cuenta Melissa Villareal—, en grupo hicimos investigaciones, vimos documentales, películas y leímos cosas con respecto al tema, pero individualmente la investigación y abordaje del personaje fue muy distinta pues cada uno hicimos una historia de este personaje, narramos su vida desde lo profundo de nosotros mismos, para así poder ponernos completamente en los zapatos de éste.

Luis Arturo Rodríguez se unió al proyecto hasta su segunda temporada y después de haber visto dos veces la obra:

—Mi primer acercamiento a mis personajes —él interpreta a un Obrero, a un cazador de mujeres, a Albertitos Barman y al locutor Pablo Talavera— fue por ver el trabajo de mi compañero Roberto. Después me fui acercando a éstos por vivencias lo más cercanas a mí. Por ejemplo, me acerqué al locutor de radio escuchando entrevistas radiofónicas, a el barman lo abordé desde la complicidad de la fiesta, la búsqueda de la diversión y la búsqueda de contagiarla a pesar del otro. Al cazador lo acerqué desde la emoción de lo nuevo, de pertenecer, el miedo de matar. Creo que por lo que más me preocupé fue por que mis personajes se diferenciarán dándole a los cuatro un distinto matiz de voz.

El trabajo colectivo es notable, y por ello justamente recibieron el premio en el FITU. Más allá de la amistad, les pregunto cómo se logra la atmósfera que hace posible el equilibrio entre lo individual y lo colectivo.

—Lo primero que hacemos al llegar al teatro es montar todo —me relata Samantha Coronel— después cada quien va y hace lo que necesite, calentamos individualmente y faltando quince minutos para dar función hacemos un círculo y nos tomamos de la mano, nos vemos a los ojos. No sé exactamente qué pasa pero creo que se crea una atmósfera necesaria para todos, no creo que sea “entrar en ficción” porque lamentablemente este tema es muy  real. Creo que es un momento es el que simplemente somos, podemos estar enojados, indignados, tristes… Pero no pensamos en nada en específico, es como si pudiéramos sentir la esencia del problema. Nos vemos en el dolor del otro.

—Se logra “estando” —me dice Diana Nava—, “escuchando” todo el tiempo lo que está sucediendo, la inmovilidad a mí me ayuda mucho porque todo lo que recibo me modifica en un nivel interno al no poder expresarse físicamente, modifica nuestra energía, nuestros pensamientos y ¡sucede! Todos nuestros seres internos comprometidos y contribuyendo para contar esta historia. Y abajo del escenario tres años estudiando juntos y ya casi cuatro conviviendo cercanamente, nos respaldan y nos han enseñado a disponernos para trabajar apuntando hacia los mismos objetivos.

—Es como si estuviéramos nadando todos en una misma alberca de pelotas —dice Mariana T. Cantú—. Cada quien trae una que la llena. Todos estamos ahí para todos. Hay funciones en las que se dan fallas, atropellos u otras vicisitudes, y ahí es cuando entramos todos. En ficción cachamos y nos dejamos cachar.

—Hacemos un calentamiento grupal antes de cada tercera llamada —me confirma Azucena Acevedo—, que creo es fundamental. Hacemos un círculo, nos tomamos de las manos y nos miramos. Cada función el círculo es distinto, pero siempre tratamos de comunicarnos desde el amor, la confianza y honestidad. Nos sentimos y escuchamos, sólo así logramos el trabajo en equipo. Esta historia sólo se puede contar desde el amor, de otra manera no sucede. Con esta consciencia es que entramos a escena.

—Yo siento que cada quien sabe lo que tiene que hacer y lo que la obra necesita —me dice Luis Arturo Rodríguez— así que sabemos que estamos ahí por algo más grande. Todos estamos al servicio de la obra y eso nos hace estar unidos.

—Somos compañeros desde hace casi cuatro años —relata Melissa Villareal—, algunos desde hace tres. Somos una familia, por lo tanto, ya sabemos cómo manejarnos entre nosotros mismos, si alguien necesita su espacio se lo damos y si no ahí estamos para esa persona. Tratamos de siempre comunicarnos las situaciones que se van presentando para así hacernos parte de todo el proceso que se sigue viviendo.

La metodología funciona y el equi8librio entre lo individual y colectivo es constante e inspirador para cualquier colectivo teatral. También quería conocer sus observaciones sobre el tema. ¿Cuál es tu reflexión personal sobre la obra?

—A mi cabeza sólo me viene la palabra ‘dolor’ —dice Samantha Coronel—. Creo que está creencia de que la mujer es un objeto sexual, de que esta para servir, etc. Está tan arraigado y nos han educado de tal manera durante siglos que por mucho tiempo será siendo una lucha constante.

Sin embargo, reconoce que la gente, aunque muy paulatinamente, va cambiando de parecer.

—Hay mucho miedo —continúa Samantha— y los hombres también lo tienen. A veces pienso que las mujeres y hombres son de universos tan distintos que lo que le ha quedado al hombre es ejercer violencia por temer algo que no logra entender. Porque siento que la mujer, en su fragilidad, tiene mucho poder. Los hombres fueron educados para ser fuertes, el sustento de una familia, no pueden mostrarse débiles. Pero eso no significa que no lo sientan. Y creo que al ver que otro ser, diferente a él, lo logre con tanta libertad los descoloca.

—Mi reflexión personal sobre la obra —afirma Melissa Villareal— es que por más malo que esté el mundo siempre hay alguien o algo por el cual luchar, las mujeres somos seres humanos extraordinarios que no debemos de hacernos más o menos ante la sociedad. Debemos de cuidarnos entre nosotras mismas siempre, estar para todas, el éxito de una es el de todas.

—Para mí es una obra que habla sobre el odio —dice Azucena Acevedo— y cómo como sociedad no sólo lo permitimos si no que lo fomentamos. La violencia de género afecta a hombres y mujeres. El asesino somos todos.

—Se convierte en una necesidad hablar del tema —explica Marian T. Cantú— porque vivimos y escuchamos historias día a día. Me gusta pensar que los personajes te escogen. Siento que existe una razón específica por la que me tocó graduarme con esta obra y estos generosos compañeros. Siento un compromiso enorme con este proyecto y aunque a veces tiende a ser doloroso o puedo a llegar a sentir mucha impotencia, dar función representa un grito de “ya basta” desde mi trinchera.

—La obra se me hace muy fuerte —me dice Luis Arturo Rodríguez—. Es un tema sensible y complicado para esta época actual donde todo esto nos está ocurriendo. Para mí es difícil venir a cada función y estar dentro siendo cómplice del asesinato ficticio de estos personajes pero lo hago porque es un grito para que la gente caiga en cuenta, un grito para que esto pare, para que no se olvide.

—El mundo está necesitado de amor —concluye Diana Nava— y lo está gritando de maneras que nos están destruyendo, si algo nos puede sacar del precipicio al que estamos conduciéndonos a gran velocidad, es DECIDIR AMAR, no esperar a ver quién me provoca o inspira amor y ver si me conviene o si me divierte hacer algo por el otro. Con toda la libertad e inteligencia que presumimos hay que atrevernos a sentir todo lo que nos duele y cala hondo y no rendirnos hasta crecer y conseguir un mundo apto para una vida digna.

Efectivamente, la complicidad de la violencia hacia las mujeres implica la burla a la justicia como la perfecta hipocresía de una sociedad machista, acciones y sus correspondientes indiferencias del día a día, como el insulto, el prejuicio y el miedo transformados en ataques cotidianos que, al ignorarlos paso a paso, crecen formando el monstruo incontrolable del feminicidio. El asesino somos todos porque toda la sociedad es cómplice, sea por comisión o por omisión.

Hoy lunes 29 de mayo es la última función de su cuarta temporada, en la Teatrería, a las 20:30 horas. En agosto inicia su quinta temporada en el teatro El Galeón.

Vayan a verla, tengan una increíble experiencia escénica y reflexionen auténticamente sobre el problema. La simiente de una transformación venidera.

 

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Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".