Son ya innumerables, y casi inenarrables, los casos donde personeros de la Iglesia Católica en el orbe se encuentran inmiscuidos en abusos sexuales contra menores; sin duda, en México todos recordarán lo sucedido con Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo, caso que inclusive fue recreado en la pantalla grande.
La nota alta se da ahora en Argentina, donde durante años se cometieron abusos sexuales en la “Casita de Dios”, hogar para niños sordos y pobres, cuestión que ha desatado un escándalo de magnitudes insospechadas que clama por una purga de la curia argentina, máxime cuando el actual papa, Francisco, es argentino.
Como las denuncias se han suscitado en masa, la justicia argentina se encuentra también en jaque, porque la ira social se ha desbordado y amenaza con causar una crisis política si el Estado argentino no actúa de manera contundente.
La situación encierra una condición abiertamente difícil; el peso que tiene ahora la curia argentina en el Estado es de mayor magnitud que hace algunos años, por razones obvias, por lo que la presión social ha creado razones de escepticismo ante el comportamiento de la justicia local, cosa que se agrava en el gobierno de Macri, porque ya el cabrón ha querido dejar en libertad a criminales de la dictadura militar, ex milicos que tienen muerte y sangre en su manos.
Al igual que en otras latitudes, el destino de este caso que involucra a la Iglesia Católica parece que se convertirá en un sainete de heridas abiertas, sin que ello implique que se castigue a los culpables o que venga la tan anhelada revolución religiosa que esperan los feligreses y, si se puede, el ascenso de la verdadera justicia de los hombres, cuestión bastante en entredicho en la Argentina.
Cuando el lobo anda suelto, Caperucita no debe salir de casa; pero si el lobo está en casa, lo que se acerca es el epílogo de la canastita.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.