Los antidepresivos matan la fuerza de mi conciencia y su voluntad en la naturaleza, ya no quiero tomarlos. Imposible. Me obligan. Me amenazan. Me amarran. Me sujetan la cabeza, con un aparato trago las pastillas y despierto en otra vida. No es la misma. No es la real. No es la verdadera. Las pastillas nadan en mi mente y la vida es falsa simplemente.
Razón discursiva.
Amanezco en el reformatorio. Al principio sentí mucha alegría, quizá a mi hermano encontraría; negativo. Estoy en otro, uno de convictos peligrosos. Una semana, una semana recuperándome de la herida y en ningún momento dejo de pensar en Mina, la niña, mi mejor amiga.
—No te sientas mal —me decía cuando notaba mi mirada perdida—. Todos tenemos una misión en esta vida. Sigo llorando. ¿Quieres conocer la mía? La miro con mis ojos rojos. Regresar con mi familia. ¿Tienes familia? No consanguínea, familia de verdad, familia de la vida. Yo no tengo familia, mi madre huyó y mi padre murió. ¿Y tu hermano? Mi hermano está muerto mientras siga tomando los medicamentos.
Las palabras de Mina regresan a mi cabeza y cierro los ojos pensando en ella. Sin embargo, ella no aparece. No vuelvo a verle y las medicinas siguen alejándome del pasado. Suspiro hondo y me doy cuenta que estoy solo, completamente. Solo. Solo.
A la distancia aparece una luz. Luces. Se acercan. Me hablan pero no entiendo nada. Lenguaje místico. La filosofía entra por primera vez en mi cabeza.
¿Cuál es la esencia del mundo?
La unidad en la pluralidad, como ella decía.
Pienso en los números y Pitágoras me habla sobre la transmigración de las almas. Metempsicosis. ¿Volveré a ver a Mina? Quizá en otra vida. Recuerdo a Tales y me lo topo de frente, una vez sacrificó un buey a los dioses. ¿Por qué? Religión y ciencia aún eran una mezcla, dice y me recuerda que él fue el primer filósofo de la naturaleza. Un físico, un físico extraño, un físico no materialista que cree que todo está lleno de dioses. ¿Todo? Todo. Critica la metempsicosis pero cree en la inmortalidad del alma, pinche loco con barba. Me reclama, le pido disculpas y se retira afirmando que el año tiene una duración de trecientos sesenta y cinco días. Soy el primero que lo dice, presume y aleja caminando. Lo observo hasta que se pierde, siento una mano en mi hombro y es Anaximandro. Lo miro, se presenta y con su mano señala las estrellas. Un mapa, no sólo del mundo sino de las constelaciones. ¿La esencia? Lo indeterminado. El infinito y el principio de todas las cosas. Llega Anaxímenes y me habla del aire. Quiero ser aire, volar y desvanecerme. No ser. Ser aire y desvanecerme.
¿Y Jenófanes? De la tierra. La tierra nuestro agarre, plataforma y despegue, la tierra nuestro ser, nuestra libertad y nuestra cadena. Pero jamás conoceremos la verdad de los dioses, cada quien tiene su semejante creador-creado y cada religión es un dios únicamente. Monoteísmo pragmático, empero, dios no es antropomórfico, aunque cada dios tiene su color. Cada quien tiene su color, su dios, su sol. Los griegos fueron niños.
Todos los niños somos filósofos.
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Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".