Los textos casi clarividentes de Daniel Cosío Villegas o de Jorge Carpizo sobre la crítica a la monarquía sexenal, que edificó la sucesión presidencial en México, desde las lógicas del antiguo régimen, emergen con tal fuerza que sus lecciones retumban en un momento donde la sucesión gubernamental 2028 en Hidalgo y la sucesión, todavía lejana, 2030 en la nación, tienen un mismo cordón umbilical: la caída del sistema político de la vieja guardia.
En el análisis prospectivo y comparativo, como diría Sartori, es necesario, mis únicos y queridos lectores, utilizar la visión del pasado para entender el presente y con ello crear argumentos válidos y sólidos en el análisis politológico.
Les develo el hilo negro y el agua tibia a la luz del raciocinio político.
Situar las grandes reformas del sistema político en el ascenso de la izquierda permite entender el juego de luces y sombras en los esquemas reactivos del PRIANATO en la nación. Empero, esta no es toda la historia, porque pocos análisis le confieren valor al ascenso de la izquierda en México y se constriñen a decir, desde el léxico de la derecha, que “no ganó la izquierda, sino el voto de castigo político de la ciudadanía a la derecha”.
Detesto la frase leguleya “aceptando sin conceder”, porque es menos verosímil que sostener que el gobierno de AMLO fue producto de un “voto de castigo a la derecha” y no una conquista social de lucha histórica, porque esto implicaría un nihilismo ocioso al que no tengo tiempo de atender.
Pongamos el ajedrez desde la casilla C1, que es la del alfil.
Fue la lucha intestina desde y contra el PRI del Tlatoani López Obrador la que recogió el pesar de diversos sectores de la estructura del partido hegemónico que, inclusive, Don Jesús Reyes Heroles había impugnado como ideólogo de un partido ambivalente, populista, vertical y dominado por los resabios políticos de una clase enquistada en el poder.
La formación en la izquierda de Obrador retomó y amalgamó ideales humanistas como los de Martin Luther King y de grandes luchadores sociales y los matizó con el paradigma de la izquierda latinoamericana, que luchaba por imponer un modelo de desarrollo social libre de la corrupción e impunidad.
En este trazo, las mil y una batallas que desató el Tlatoani tabasqueño, le costaron oponerse a la ferocidad del antiguo régimen, que no sólo lo golpeo en la defensa del petróleo en Tabasco y le propinó sendos fraudes electorales, sino que llegó a tratar de impedir que fuera presidente desde un “plan negro” que reunió en esa vieja casona de San Ángel a personeras y personeros de las élites económicas y la oligarquía empresarial.
Ahora sabemos que el “plan negro” no fue otra cosa que un esquema de blindaje del aparato de Estado para evitar no sólo el ascenso de AMLO, sino de la izquierda como peligro antisistémico. En este clima, es verdad que la degradación y erosión política de la vieja guardia jugó un papel vital en el ascenso del Tlatoani, pero no es menos cierto que fue el trabajo político de lucha histórica de piso social, el que sustentó su gobierno como jefe capitalino y posteriormente en la presidencia, desde el humanismo mexicano que ahora refrenda el claudismo en ascenso.
La caída de la monarquía sexenal fue, en realidad, el resultado de una lucha histórica que el PRIANATO jamás visualizó, porque se empeñó en minimizar que la cultura política había dado un salto cualitativo, pequeño, pero cualitativo, que es el salto que hoy perfila la consolidación de la sucesión transexenal de Hidalgo en 2028 y la presidencial en 2030.

Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.