El Japón y su feudalismo político se fracturó cuando la casta de los samuráis fue remplazada por la ley.
El poder político del PRI Hidalgo atravesó, al igual que el Japón de la época dorada de los samuráis, por un poder político de mediación. En este plano, del caciquismo mediador y omnipresente en la operación política tricolor a la era donde las instituciones políticas -de las cuales suele hacer gala el líder Marco Mendoza-, marcan desde el uso de la ley el “destierro” de esos caciques que eran el brazo operativo regional del PRI.
El estire y afloje del PRI Hidalgo en la retórica de que el México posrevolucionario se edificó desde el PNR en la construcción de las instituciones y de un poder institucional sólo fue un maquillaje de control político que instauró Don Plutarco Elías Calles, para, desde su visión de jefe máximo de la Revolución, manejar ese Maximato del poder tras bambalinas, del dedazo y cooptación clientelar de las fuerzas políticas.
En esta estela donde nace el PRI, la retórica entre el respeto institucional y el juego de caciques constituyó en Hidalgo la radiografía de un poder omnímodo (absoluto), donde la vida social era controlada por la esfera política. Por ende, si eras maestro de escuela pertenecías al PRI; si eras comerciante, tus licencias te las daba el PRI; si trabajabas en una empresa, tenias que afiliarte a un sindicato controlado por el PRI/CTM; si eras campesino, eras propiedad de la CNC; y, si querías lograr que pavimentaran tu calle o tuvieras agua potable, eras un apéndice de la CNOP.
Frente a la retórica institucional, la ingeniería constitucional fue la espina que paulatinamente perfiló la caída del antiguo régimen. Poco a poco los partidos de oposición e, inclusive, los partidos satélites del PRI lograron espacios y desde el Contrato Social frente a la miopía y a los despropósitos de alianzas maniqueas del vetusto PRI, se les subieron a las barbas y terminaron usando esa misma retórica del México institucional para quebrar el modelo político que hoy defiende en Hidalgo Marco Mendoza (las candidaturas plurinominales son el ejemplo).
El final de los caciques es, en realidad, una mezcolanza de melancolía del poder y una presencia política confusa en la actualidad. Los nombres de hombres fuertes se suceden en las regiones de Hidalgo, pero su influencia se ha atomizado, lo mismo en Tepehuacán de Guerrero que en Huejutla -como el hostigamiento vivido por el diputado Daniel Andrade-. Por ello, el golpeteo, cuando se presenta, suele ser brutal y aleccionador, precisamente porque los caciques han perdido el control y poder de cooptación que los caracterizó.
Es en este trazo agudo de la descomposición del cacicazgo, donde la Ley -pero no la de la institucionalidad amafiada y a modo- ha encumbrado al modelo alternativo de izquierda que ha encontrado en la afiliación política -aunque el esbirro de la derecha Brozo y Loret de Mola pretendan demeritar este proceso político- el instrumento de la operatividad de la Ley que destierra el caciquismo; es donde el poder de los caciques, que se basaba en un proceso de intermediación entre la ciudadanía y la esfera pública, ha quedado decapitado ante una fuerza política de interlocución ciudadana directa en Morena.
La historia es contundente, mis únicos y queridos lectores. En el Japón, el emperador necesitado de los samuráis para defender y detentar su poder tenía que conceder prebendas y favores, pero el poder se regionalizaba en una inconexión y dispersión nociva. Análogamente, así le sucedió al PRI con los caciques. En el Japón del feudalismo político, el emperador tenía que mantener un sistema de dispersión de mando y de gratificaciones económicas y políticas, tal y como lo hizo el PRI con los caciques.
La izquierda obradorista entendió que la institucionalidad caciquil del PRI era el prolegómeno del fracaso y quiebre político de una verdadera fuerza de conducción social. Por ende, la filiación política partidista en la cruzada de Luisa Alcalde y Marco Rico en Hidalgo apuntala el destierro de los caciques y su histórica intermediación, permitiendo reírnos y mofarnos de Brozo y Loret de Mola que, instruidos por la derecha, intentan ponerle velo a la afiliación de Morena, cuando en realidad es el fin del feudalismo político y el ocaso del cacique.

Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.