Una de las lecciones que me dejó el libro de “El malestar en la cultura” de Sigmund Freud, fue el hecho de que “el saber provoca dolor”, porque cuando entiendes analíticamente la realidad descubres las miserias y podredumbre del pensamiento humano.
Entre los secretos políticos que en Hidalgo y el país ha pretendido ocultar la clase política como casta que detentó el poder por más de siete décadas y, en suelo hidalguense, particularmente, nueve décadas, estriba un hallazgo cruento que descubrió esta casta añeja empíricamente para aplicar a posteriori, con un cierto grado de “conocimiento científico”: la despolitización.
Fue Louis Althusser quien magistralmente describió que la mejor forma de controlar a un pueblo es despolitizarlo; porque ello le impide entender las lógicas del control político que ejerce la clase política, como diría Mills.
En este trazo, en Hidalgo la clase política del antiguo régimen mantuvo -y mantiene- círculos de concentración de poder; lo mismo en sus partidos que cuando ejerció el poder gubernamental, manejando niveles de instrucción política sólo para sus cuadros dirigentes y marginando de esta instrucción a sus bases militantes y a la ciudadanía.
Es esta la condición que en gran medida explica su reproducción hegemónica durante nueve décadas en Hidalgo.
La despolitización ciudadana en México llegó a tal nivel que la misma ciudadanía manifestó su encono y desagrado sobre el ejercicio público y la política que lo investía; mientras la clase política del antiguo régimen, en una retórica sórdida, llamaba a la ciudadanía a instruirse, pero ni le daba las escuelas necesarias ni abría la instrucción política al pueblo.
Las conquistas sociales en torno al ejercicio público y la democracia se han dado a cuentagotas, precisamente porque el grado de despolitización que históricamente ha existido entre la población la ha marginado casi de cualquier expectativa de cultura política, salvo la parroquial, como diría Almond y Verba.
La despolitización en Hidalgo es directamente proporcional al grado de control político que mantuvo el PRI. En este escenario, las administraciones priistas ganaban elecciones casi con la camiseta puesta y con las migajas del clientelismo garantizado por los caciques y sus zonas de influencia social.
Los resabios de la despolitización en Hidalgo y en el país aún siguen cobrando estragos en el juego y amparo de los intereses políticos, al grado que aún no se han alcanzado los niveles de politización necesarios en la ciudadanía para crear los contrapesos idóneos a la clase política que controla el poder público y, con ello, garantizar gobiernos ciudadanos.
Todavía nos encontramos en la retórica de la “buena voluntad”, prima en la clase política, no por ejercicio de su deber que el derecho público le exige para con la ciudadanía, sino que suele hacer su función como si se tratara de una dádiva al pueblo o “pan y circo”.
La política dejará de ser y tener secretos cuando la politización de la ciudadanía sea una condición de conciencia social. Hidalgo es la radiografía histórica de la secrecía política y la despolitización en beneficio de la hegemonía de una clase en el poder.
Como expuso el historiador Marc Bloch, hay que comprender la historia para que no se repita y, mucho menos en Hidalgo.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.