Una revisión cuidadosa de la integridad histórica del Poder Judicial se impone en estos momentos donde el paro de sus trabajadores alienta un esquema reactivo frente a su reforma y transición que vive el Estado en México.
Los antecedentes de la justicia desde el liberalismo en Hidalgo retrotraen, desde el gobierno de Juan Crisóstomo Doria y su formación juarista en la época de la Reforma que admira el presidente López Obrador, los instrumentos de empoderamiento de la burguesía nativa que encontraría en el dominio del aparato de Estado y sus poderes públicos el esplendor de las granjerías del México independiente que hoy se debate en la transformación social frente al poder del Poder Judicial.
A contracorriente, los deseos del entonces gobernador provisional Juan C. Doria indicaban: “muchos de mis deseos para colocar a esta sociedad sobre la senda del progreso no pudieron realizarse porque me impuse en un tiempo muy corto para entregar el sagrado depósito de mando a los escogidos del pueblo. Y no hubo, en esta precipitación de mis actos, poco afecto hacia la ventura de vuestro porvenir. Disculpadme. Soy fanático por la obediencia a las instituciones democráticas; y las dictaduras, por necesarias que sean, me avergüenzan, pues la he reconocido siempre como la usurpación de los derechos soberanos del pueblo”. Se trataba de hacer prevalecer la justicia social. Citado de “Vida y obra del primer gobernador del estado de Hidalgo”, Sara Montes Romero.
El liberalismo político en Hidalgo dejaría su lugar a una revolución burguesa en 1910, que matizó anhelos sociales con liberalismo democrático, creando en la división de poderes una tenue respuesta a las reivindicaciones sociales frente al creciente poder de oligarquías terratenientes, minero exportadoras y empresariales que dominaban el territorio hidalguense.
La creación del dinosaurio
En este trazo, 1929 debutaba con la construcción del Partido Nacional Revolucionario que mutaría a Partido de la Revolución Mexicana para anclar su nomenclatura en Partido Revolucionario Institucional; frente a la lucha intestina de caudillos y de un México que, presionado por Estados Unidos, clamaba por la civilización de una institucionalidad democrática.
La historia la conocemos todos, la democracia era una quimera social controlada por el PRI. Se sucedían presidentes por dedazo y acomodo de fuerzas y la democracia era retórica “revolucionaria”, gatopardismo corporativista y control de las élites del poder.
Hacia la era del cambio político
Fue en este complejo entramado que inicia una oposición al control político del Estado tricolor por el Partido de Acción Nacional de Gómez Morín, con el afán no de depurar la lucha democrática, sino para que la derecha conservadora y su oligarquía empresarial controlara el poder del Estado. Esta situación fue frustrada hasta la entrada de Vicente Fox en el primer gobierno de alternancia política, pero sin un decidido matiz de democratización de las instituciones y el poder del Estado.
Los primeros pasos políticos
Por 1977, un joven servidor público que había emprendido una lucha social desde las filas del PRI en Tabasco, Andrés Manuel López Obrador, que había trabajado como director del Centro Coordinador Indigenista Chontal, ya era presa de la maquinaria neoliberal y el férreo control del Estado que controlaba el partido hegemónico tricolor, al grado que el jefe de la Policía Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro, lo tenía fichado de “comunista”.
La maquinaria de los poderes públicos
En esos momentos los poderes públicos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, constituían una maquinaria donde el espionaje que habría sido develado por múltiples medios se encargaba de cargarle la mano a la disidencia y controlar a la “Democracia”. Ya habían estado presentes en Tlatelolco 1968.
La maquinaria mediática del antiguo régimen
La prensa y la televisión (el entonces monopolio Televisa) eran proclives al PRI y se encargaban de crear cortinas humo, cajas chinas y perfilar al nuevo presidente que saliera de las filas del tricolor, mientras el locutor Raúl Velasco decía: “aún hay más” y en Hidalgo no se movía una sola hoja sin que lo supiera el gobernador en turno, donde las calles de la capital Pachuca, los domingos a las 5:00 p.m., quedaba desierta al estilo de los pueblos fantasmas.