Silencio, hasta que las palabras que escribo no estén vacías. Silencio, aunque nadie lo entienda y pocos lo respeten.
Estuve en silencio tres años y hace dos creí que era tiempo de volver, en plena pandemia y encierro, pero me tomó un par de cuartillas darme cuenta de que todavía no estaba lista. Hoy estoy aquí, finalmente de vuelta a este hogar de puertas abiertas y corazón tibio.
Durante los últimos cinco años he sorteado toda clase de autoboicots, pero también he esquivado ataques externos a mi silencio disfrazados de preocupación: me han llamado exagerada, dramática; me han mirado con incredulidad e incomprensión.
En los lugares incorrectos me intentaron presionar para escribir, para seguir con la vida que tenía hace cinco años y que no hay manera de retomar porque ya no existe. No hay manera de ser la misma persona cuando se muere tu madre, porque todo alrededor se derrumba y todo pierde sentido, temporalmente. Esto no sólo puede entenderlo quien ha estado ahí, sino también quien te ama, te acepta y te respeta con el corazón.
Lo único que permanece en mí a través del tiempo es el deseo de pasarla bien mientras escribo, de hacerlo por diversión, no por reconocimiento, no por halagos; no necesito crearme un personaje a modo para agradar porque me gusta la persona en la que me he convertido.
En los lugares incorrectos se me criticó por escribir de amor, y les creí; intenté escribir distinto, pero le faltaba corazón. Mi nombre es lo que soy.
Así que hoy vuelvo, y cuando así lo sienta volveré a escribir de amor porque tengo mucho amor dentro de mí. Vuelvo para hablar de amor, de vida, desde quien soy después del derrumbe, desde el sitio que hoy habito y que se va deshaciendo de juicios ajenos; desde mí.
Por: Alma Santillán
Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.