En la vida de toda persona, la experiencia del amor es siempre nueva. No importa cuántas veces amamos antes o hace cuánto tiempo sucedió, amar es siempre un acontecimiento.
Es verdad que detrás de San Valentín hay mucha mercadotecnia: la gente regala cosas de las que luego se arrepiente, se capitaliza un vínculo y se mueve una gran cantidad de dinero a escala mundial.
Este día las expresiones que celebran el amor son vastas y diversas y todas corresponden (en menor o mayor medida) al modelo romántico del amor y todas las prácticas alrededor de éste. Pero también es verdad que en este día hay mucha gente triste, enojada con la celebración y obsesionada por la ausencia de un vínculo amoroso. Cientos de memes han surgido en la víspera del 14 de febrero cuyo énfasis está en la pérdida, en la falta de una pareja y en el discurso de la autocompasión.
Ambas posturas son un reflejo de nuestros tiempos y de la forma en que atravesamos la experiencia del amor y el desamor. Si nos detenemos un poco, podemos encontrar en estas experiencias el génesis de los grandes problemas en sociedades contemporáneas: la violencia doméstica, los feminicidios, la cosificación de los cuerpos y la discriminación hacia las diversidades sexuales y los nuevos modelos de familia.
Amar es una experiencia humana transformadora, pero el amor que durante siglos se nos ha enseñado ha provocado en nosotros graves estragos. Por eso, en fechas como esta, me parece vital pausar un momento para reflexionar sobre el amor como un hecho histórico que hoy, más que nunca, necesita ser repensado, deconstruido, revalorado y, en el mejor de los casos, experimentado de forma más sana. Así, tal vez podamos llegar a él de mejor manera.