2024: ¿el adiós de AMLO, o el inicio del pejemaximato?

La promesa hecha y firmada por Andrés Manuel López Obrador de dejar el poder al concluir su sexenio supone la inminente posibilidad de prolongar una sucesión de gobiernos semejantes al actual con presidentes a modo que rendirán cuentas al jefe máximo de la más Morena de las Revoluciones. Un pejemaximato de facto. ¿Por qué lo afirmamos?, veamos.

El proyecto político de AMLO no surgió para experimentar un sexenio, ni siquiera el decepcionante panismo se instaló sólo un sexenio, ¿por qué entonces creer que el pejegobierno será debut y despedida? En realidad, a semejanza de los caudillos triunfantes de la Revolución Mexicana, el emisario de Juárez y Madero cumplirá hasta el último día los seis años de su gestión, amén de generar las condiciones y la plataforma electoral para perpetuar su marca en un modelo transexenal. Sí: para alcanzar las ambiciosas metas a largo plazo que darán sentido a la cuarta transformación de la vida pública de México seis años no serán suficientes, sólo bastarán para sentar las bases de una serie de políticas y ajustes estructurales que futuros gobiernos emanados de la ideología morenista deberán ir fortaleciendo.

En la visión de la instalada izquierda tutti frutti en el poder, la continuidad de las políticas de bienestar y las acciones de combate al viejo régimen no podrán culminarse en un sexenio, por ello desde ahora la retórica del primer mandatario resulta ambigua: por un lado reconoce que no buscará la reelección, pero por otra reconoce que el andamiaje legislativo, las nuevas instituciones y todo el trabajo que se emprenda en la actual administración tiene como propósito “ponérsela muy difícil” a futuros gobiernos distintos al de Morena, a fin de hacer prevalecer un nuevo modelo de asistencia social, administración pública y ética gubernamental. En otras palabras: AMLO y sus sucesores buscarán a toda costa ratificar en próximas presidencias la esencia de esta nueva forma de gobernar.

La tarea es ardua y no puede concluirse en una sola administración, los alcances de la promesa de justicia social buscarán implementar un modelo político y económico que requiere necesariamente vencer poco a poco las inercias y tradiciones del impuestas por los regímenes anteriores, lo cual significa que México no se inventa en un sexenio, sino que requiere de la continuidad de los gobiernos que a partir de 2018 inaugurarán otro estilo de gobernabilidad.

Revisemos la historia. Al PRI, por ejemplo, le costó más de una década transitar del maximato al cardenismo, luego superar la coyuntura de la II Guerra y entonces sí emprender el modelo de sustitución de importaciones y el desarrollo estabilizador. Considerando el actual contexto, al pejegobierno le urge aniquilar los lujos e inercias laborales de la alta burocracia, eliminar para siempre la corrupción de todas las esferas de la vida pública, alentar la inversión que garantice el desarrollo económico y permita la recuperación real del poder adquisitivo, erradicar la pobreza extrema, mantener sana la economía amén de una ascendente política de seguridad y estabilidad en la extensa geografía nacional, entre otros desafíos.

Así, en los escenarios más optimistas, dichas metas lucen lejanas para alcanzarse en los próximos años, pero en la lógica del mandamás de morenos, petistas y anexos se requiere de un trabajo sistemático a mediano y largo plazo (dos o tres sexenios), en el que se realicen las acciones necesarias con la toma de decisiones dolorosas contra los vicios enquistados en nuestra cultura de la corrupción, lo cual representa enfrentar las resistencias y enojos de los sectores afectados con la política de las nuevas acciones de gobernar del nuevo régimen.

La 4T apenas arranca, se trabaja, apenas, en la primera etapa, además hay que considerar que muchos de quienes ostentan cargos estratégicos no estaban preparados para tal encomienda, por lo que sus acciones resultan lentas comparadas con la velocidad que al gobierno le gustaría, pero están lentos porque no tienen experiencia. En realidad, se encuentran en la fase de acierto-error, esto ha provocado una lentitud generalizada de la inexperta alta burocracia en la curva de aprendizaje, además de haber calculado mal el monto de los recortes, ajustes y acciones simbólicas para reducir la corrupción, por ello los programas sociales que se prometió arrancar desde diciembre (adultos mayores, becas universitarias, entre otros) siguen parados.

Todo cambio genera ajustes radicales, veremos si todo cambia para bien, como se prometió en la campaña, pero algo es cierto: la prometida transformación no será inmediata. De tal forma, la promesa de dejar el cargo e irse a “La Chingada”, el rancho del presidente en Palenque, Chiapas, resulta sólo un acto simbólico para no profanar el sacramento sagrado del “sufragio efectivo, no reelección”. Y viéndolo en la lógica beisbolera que tanto gusta al presidente AMLO, el proyecto político de la 4T en 2024 apenas llegará a primera base, tocará a los sucesores seleccionados por el caudillo de Macuspana entrenarlos y colocarlos en el cargo presidencial para consolidar el cambio en el rumbo económico.

Así que, relájense, con AMLO o sin él en Palacio Nacional, los pejemandatos van para largo. Tan interminables como un juego de extrainnings o ya de perdis como un eternizado régimen como los priistas, casi de duración centenaria. Al tiempo.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.


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EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.